8 cuentos by Oscar Wilde

8 cuentos by Oscar Wilde

autor:Oscar Wilde [Wilde, Oscar]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


leñador la transportó a su casa y su mujer la cuidó. Al volver en sí de su desmayo, pusieron ante ella de comer y de beber, y la invitaron a que cobrase fuerzas.

Pero ella no quiso comer ni beber, y tan sólo dijo al leñador:

—¿No dijiste que habías encontrado al niño en el bosque? ¿Y no fue esto hace hoy

diez años ?

El leñador contestó

—-Sí, en el bosque lo encontré, y hoy hace diez años de ello.

—¿Y qué señales encontraste en él? —preguntó ella—-. ¿No llevaba al cuello un

collar de ámbar? ¿No estaba envuelto en una capa de tisú de oro, bordada de estrellas?

—Cierto, así es —repuso el leñador—. Fue como has dicho.

Y sacando la capa y el collar de ámbar del arca donde estaban, se los mostró. Cuando ella los vio, lloró de alegría y dijo:

—-Este es el hijito mío que perdí en el bosque. Te suplico que lo mandes venir

enseguida, pues en su busca he recorrido el mundo entero.

El leñador y su mujer salieron, pues, a llamar al Niño-Estrella y le dijeron:

—Entra en casa y allí encontrarás a tu madre que te está esperando.

El entró corriendo, lleno de asombro y de alegría. Pero cuando vio quién era la que lo esperaba, se echó a reír desdeñosamente y dijo:

—Bueno, ¿dónde está mi madre? Pues aquí no veo más que esta vil mendiga.

Y la mujer le dijo:

—Yo soy tu madre.

—¡Estás loca! —exclamó el Niño-Estrella, iracundo—. Yo no soy hijo tuyo, pues tú

eres una mendiga fea y andrajosa. Así es que vete de aquí, y que no vuelva a ver nunca más tu cara sucia.

—No, tú eres realmente mi hijito, el que perdí en el bosque —exclamó ella, y se

arrodilló tendiéndole los brazos—. Los ladrones te robaron y te abandonaron para que murieses —murmuró—, pero, en cuanto te vi, te reconocí, así como las señales y la capa de tisú de oro y el collar de ámbar. Por lo tanto, te ruego que vengas conmigo, pues llevo recorrido el mundo entero en tu busca. Ven conmigo, hijo mío, ya que tengo necesidad de tu amor.

Pero el Niño-Estrella permaneció inmóvil en su sitio y cerró, además, las puertas de su corazón ante ella, y no se oía más sonido que el de los sollozos apenados de la mujer.

Finalmente habló él, y el tono de su voz era áspero y amargo:

—Si verdaderamente eres mi madre —dijo—, mejor habría sido que no hubieses

venido a traerme la afrenta, sobre todo teniendo en cuenta que yo creí que era hijo de alguna estrella, y no de una mendiga, como tú dices. Vete, pues, de aquí, y que no vuelva a verte más.

—¡Ay, hijo mío! —exclamó ella—. ¿No querrás siquiera darme un beso antes de que

me vaya? He sufrido mucho para encontrarte.

—No —dijo el Niño-Estrella—, porque da asco mirarte; antes preferiría besar a un

sapo o a una víbora que a ti.

Entonces la mujer se levantó y se fue por el bosque llorando amargamente. Cuando el Niño-Estrella vio que se había ido, se puso contento y volvió corriendo hacia sus compañeros para seguir jugando con ellos.



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