La Torre Oscura (Parte 1) by Stephen King

La Torre Oscura (Parte 1) by Stephen King

autor:Stephen King
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Tinieblas
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


SEIS

Una vez abandonaron la enfermería, Nigel la condujo rápidamente primero por un corredor y luego por otro. Llegaron a unas escaleras eléctricas que parecían haberse congelado como estaban hacía siglos. Mientras las bajaban, a la mitad una bola de acero con piernas encendió sus ojos ámbar hacia Nigel y gritó. “¡Howp! ¡Howp!” Nigel respondió “¡Howp, howp!” y luego le dijo a Susannah (con el tono confidencial que cierta gente chismosa adopta cuando habla de Los Desafortunados), “Es un mayordomo Mecánico y ha estado en ese lugar por unos ochocientos años-circuitos fritos, imagino. ¡Pobre alma! Pero aún intenta hacer lo mejor que puede.”

Dos veces le preguntó Nigel si creía que sus ojos podrían ser reemplazados. La primera vez Susannah le dijo que no lo sabía. La segunda vez -sintiendo un poco de dolor por él (definitivamente él ahora, no eso)- le preguntó qué pensaba él.

“Creo que mis días de servicio casi han terminado,” dijo, y luego añadió algo que hizo que la piel de sus brazos se pusiera de gallina: “¡Oh Discordia!”

Los Hermanos Diem están muertos, pensó, recordando -¿había sido un sueño? ¿una visión? ¿un vistazo de su Torre?– algo de su época con Mia. ¿O de su época en Oxford, Mississippi? ¿O los dos? Papa Doc Duvalier está muerto. Christa McAuliffe está muerto. Stephen King está muerto, popular escritor muerto al dar su paseo en la tarde, ¡Oh, Discordia, Oh, perdido!

Pero, ¿quién era Stephen King? ¿Quién era Christa McAuliffe, de paso?

Una vez pasaron a un hombre bajo que había estado presente en el nacimiento del monstruo de Mia. Yacía acurrucado en un piso polvoriento como una langosta humana con la pistola en una mano y un agujero en la cabeza. Susannah pensó que se había suicidado. En cierta forma, supuso que tenía sentido. Porque las cosas habían salido mal, ¿o no? Y a menos que el bebé de Mia encontrara al camino a donde pertenecía, el Gran Papá Rojo se iba a enfadar. Podría estar enfadado incluso si Mordred encontraba de alguna forma el camino a casa.

Su otro padre. Pues este era un mundo de gemelos e imágenes en el espejo, y Susannah entendía más ahora sobre lo que había visto de lo que realmente quería. Mordred también era un gemelo, una criatura Jekill y Hyde con dos personalidades, y él -o eso-tenía las caras de dos padres para recordar.

Llegaron a un grupo de otros cadáveres; todos le parecían suicidios a Susannah. Le preguntó a Nigel si lo podía saber -por el olor u otra cosa-pero afirmó que no podía.

“¿Cuántos piensas que aún queden aquí?” preguntó. Su sangre había tenido tiempo de enfriarse un poco, y ahora estaba nerviosa.

“No muchos, madam. Creo que la mayoría se han movido. Muy probablemente a la Derva.”

“¿Qué es la Derva?”

Nigel dijo que lo sentía terriblemente, pero esa información estaba restringida y sólo se podía tener acceso a ella con la contraseña apropiada. Susannah intentó chassit, pero no sirvió. Tampoco diecinueve o, su intento final, noventa y nueve. Supuso que debía contentarse sólo con saber que la mayoría de ellos ya no estaban.



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