El asno de oro by Apuleyo

El asno de oro by Apuleyo

autor:Apuleyo
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1753-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo II

Cómo aquel mancebo recibido en la compañía por Hemo, afamado ladrón, fue descubierto ser Lepolemo, esposo de la doncella, el cual la libertó con su buena industria y llevó a su tierra.

Entonces, hablando unos con otros, comenzaron a decir de la huida de la doncella y de cómo yo la llevaba a cuestas, y diciendo asimismo de la monstruosa y no oída muerte que para entrambos nos tenían aparejada: lo cual, todo por él oído, preguntó dónde estaba aquella moza; y lleváronlo adonde estaba, y como la vio en la prisión cargada de hierros, comenzó a despreciarla, haciendo un sonido con las narices, y saliose luego de la cámara, y desde que se tornó a sentar, dijo luego a los ladrones:

—Yo, señores, no soy tan bruto ni temerario que quiera refrenar vuestra sentencia y acuerdo; pero yo pensaría que tenía dentro, en mi corazón, pecado de mala conciencia si disimulase lo que me parece que es bueno y provechoso; mas una cosa habéis de pensar: que esto que yo os digo es por vuestra causa y provecho. Por ende, si esto que dijere no os pluguiera, digo que tengáis libertad para tornaros al asno. Porque yo, señores, pienso que los ladrones y los que de ellos saben más, ninguna cosa deben anteponer a su ganancia; también esta venganza es dañosa muchas veces a ellos y a otros. Pues si mataréis la doncella en el asno, no haréis otra cosa sino ejercitar vuestro enojo sin ningún provecho ni ganancia. Por ende, me parece que esta doncella se debería de llevar a alguna ciudad, porque no sería liviano el precio que por ella se diese, según su edad; que aun yo tengo conocido, días ha, algunos rufianes, de los cuales uno podría, según yo pienso, comprar esta moza con grandes talentos de oro, para ponerla al partido, como ella merece, y aun de semejante huida que ésta, cuando ella hubiere servido en el burdel, no os dará poca venganza. Éste es mi parecer, y de lo que yo haría, por ser útil y provechoso; pero sobre todo digo que vosotros sois señores de mis consejos y de todas mis cosas.

De esta manera aquel abogado del fisco de los ladrones proponía nuestro pleito y causa, como muy buen defensor de la doncella y del asno.

Mas como los otros se tardaban en deliberar, con la tardanza de su consejo atormentaban mis entrañas y el mezquino de mi espíritu. Finalmente, de buena gana todos se allegaron a la sentencia del nuevo ladrón, y luego soltaron a la doncella de las cadenas en que estaba; la cual, como vio a aquel mancebo y oyó hacer mención del burdel y del rufián, comenzó con una gran risa a alegrarse tanto, que a mí me vino el pensamiento que todo el linaje de las mujeres merecía ser vituperado, por ver una doncella que, olvidado el amor del mancebo su marido y el deseo de las castas bodas que con él habría de hacer, se alegró súbitamente oyendo el nombre del sucio y hediondo burdel.



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