Dos cuentos maravillosos by Carmen Martín Gaite

Dos cuentos maravillosos by Carmen Martín Gaite

autor:Carmen Martín Gaite [Martín Gaite, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T00:00:00+00:00


Tres

Desde que dejó de ir a la escuela, a Sorpresa se le redobló su afición por inventar cuentos. Los pocos que había podido leer o le habían contado se los sabía ya tan de memoria que no le divertían. Pero había sacado una cosa en consecuencia: tanto en los cuentos que recordaban los viejos como en los que el maestro les daba a leer o les contaba, siempre había un momento en que alguien salía de viaje, y ese momento era como un imán que hacía girar a su alrededor los demás argumentos; a partir de entonces cambiaba todo. Los protagonistas del cuento se ponían en camino para salir en busca de algo que deseaban mucho o les deparaba el azar. Unas veces encontraban lo que iban buscando y otras no, daba igual. Lo importante era el viaje y las cosas nuevas que aprendían o veían al hacerlo. Yendo de acá para allá se transformaban en otros. Era como si viajaran precisamente para cambiar la vida que padecían al empezar el cuento. Y para poderlo contar.

—Si no pasa algo nuevo, no hay nada que contar. ¿Qué cuento vas a sacar de las cosas que te pasan todos los días? —le decía Sorpresa a Pizco, el chico del herrero, que siempre la escuchaba con los ojos muy abiertos.

Era un muchacho guapo y coloradote, de manos muy grandes y hábiles para toda clase de tareas, los pies ágiles y curtidos para subir descalzo a los riscos más escarpados, diestro en el juego de pelota, vivaracho para entender cualquier recado y cumplirlo con ligereza, despierto frente a los peligros, excelente cazador. A Sorpresa le halagaba que un chico bastante mayor que ella prefiriera su compañía a la de nadie, y era un alivio poder contar con él y saber que le guardaba siempre todos los secretos. Si no fuera por Pizco, no tendría a quien contarle cuentos. Pero la verdad es que no estaba segura de que entendiera bien lo que le decía, y a veces le parecía un poco tonto. Si le pedía, por ejemplo, que se escaparan juntos una noche a ver el mar, le ponía unos inconvenientes absurdos, como decir que el mar estaba a muchas leguas de allí y que no podrían estar de vuelta al día siguiente. Y eso qué más daba. Ya se vería. A quién se le ocurre pensar en volver cuando emprende una aventura. Era una respuesta que nunca habría dado nadie en un cuento.

—Pero es que yo creí que decías de verdad lo de irnos, no como si fuera un cuento —contestaba él desconcertado—. Contigo nunca se sabe. ¿Lo decías de mentira o de verdad?

—¡Ay, hijo, qué tonto eres! —se enfurruñaba ella—. Si no nos lo inventamos primero y no creemos que se puede hacer, nunca será verdad.

—Es que no se puede hacer.

—Claro, sobre todo si no se tienen ganas. A ti es que parece que no te importa quedarte en este sitio hasta que te entierren.

—A mí no.

—Pues me iré yo sola.

Pizco la miraba preocupado.



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