Crecimos en la guerra by Pilar Lozano

Crecimos en la guerra by Pilar Lozano

autor:Pilar Lozano
La lengua: spa
Format: epub
editor: Panamericana Editorial / Agenda de Hoy
publicado: 2014-10-15T00:00:00+00:00


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Mayra y Mónica pasaban muchas horas juntas. A veces Mayra se quedaba en el albergue del Cirec donde dormían Mónica y su hermano Jonathan; a veces Mónica iba a visitar a Mayra en el apartamento que su mamá había alquilado cerca del instituto, los últimos meses de su estancia en Bogotá.

Un día, sentadas en el sofá del albergue, les dio por jugar a las coincidencias. Se sorprendieron al descubrir que los dos accidentes ocurrieron en la tarde, casi a la misma hora. El de Mónica a las cinco, cuando en la televisión iba a empezar Popeye el Marino. “De pronto ¡pum! y… ¡adiós Popeye!”, cuenta con humor. “La explosión me subió y de allá me sacó con un golpe muy fuerte”. La bomba que acabó con los abuelos y el papá de Mayra explotó faltando pocos minutos para las cinco.

Lo primero que pidieron las dos fue agua. Rieron al recordar que no les dieron y que, en su lugar, les pusieron un algodón en los labios. Y la risa se volvió carcajada cuando Mónica confesó que, de la sed, se había tragado un algodón empapado.

Hicieron las cuentas de las operaciones y no les alcanzaron los dedos de las manos. Muchas veces entraron a la sala de cirugía convencidas de que iban a morir por tramposas: habían bebido agua, algo que estaba prohibido. Hablaron de sondas, de catéteres, de las cosquillas que se sienten en las piernas de mentiras, de lo difícil que resulta adelgazar o engordar los muñones y de lo importantes que son, pues en últimas manejan y sostienen las prótesis. Conversaron con ganas, emocionadas, como si se tratara de encontrar coincidencias en muñecas, juegos o gustos musicales.

Mayra dijo que sabe que pasará mucho tiempo antes de que pueda volver a montar en bicicleta. Era campeona en el barrio; solo a veces su prima Daniela, hija de la tía Morocha, le ganaba… La cicla permanece guardada en un rincón de la casa de su abuela materna. “Mire, esa es mi bici”, me indicó, como si no le hiciera falta, cuando volvió a Florencia. Solo a los veinte años, cuando le hagan una prótesis de rodilla y vuelva a doblar la pierna derecha, podrá pensar en aprender otra vez a pedalear.

Mónica dijo que extraña correr detrás de su papá en la finca. “El terreno es difícil, sube y baja…”, contó mientras hacía con las manos montañas en el aire. Antes iba con él y apostaban carreras; cada uno tomaba un camino distinto. “Él ganaba, me embolataba”. Tampoco puede meterse en los charcos y chapalear, porque “se daña la prótesis”. Cree que para su hermano Jonathan es más duro: “Tiene un primo de la misma edad y sufre cuando lo ve jugando en el río, metiéndose al agua con los dos pies”.

Luego narró una anécdota que provocó las carcajadas de Mayra. Un día la mandaron a llevar el sancocho a los trabajadores de la finca. Iba por el camino cuando la prótesis se le fue y ¡zas!, cayó con olla y todo.



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