Calpurnia by José de la Rosa

Calpurnia by José de la Rosa

autor:José de la Rosa [Rosa, José de la]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-29T00:00:00+00:00


Capítulo 22

Un recuerdo que no cesa

Una nueva bala de cañón pasó arañando el cielo, esa vez, muy cerca de donde se parapetaban.

Henry se removió inquieto detrás de la ligera empalizada. El ejército enemigo estaba muy cerca y los estaban doblegando a base de fuego. Si no reaccionaban pronto, dudaba que fueran capaces de mantener aquella posición.

Detestaba la inactividad, pero el príncipe había dado órdenes de no atacar. Fue una disposición muy discutida por el estado mayor, pero Guillermo adujo que era necesario reorganizar a las tropas después de los recientes fracasos militares.

Tras la empalizada había un pequeño grupo de soldados, demasiado jóvenes y muertos de miedo. El único veterano era el viejo George, que le tendió una petaca que desde lejos apestaba a alcohol de mala calidad.

Henry la miró, inerte en el aire. Los oficiales tenían prohibido emborracharse durante la contienda. Los soldados daban un poco igual, había suficientes, por ahora, para reponer.

—Me cortarán una mano si me ven probarlo.

—Nos matará una de esas balas antes o después —⁠insistió George⁠—. ¿Qué más da ir manco al otro barrio?

Tenía razón. Con poca munición de tiro, los cañones reventados y parte de la caballería diezmada, que se les echaran encima era cuestión de tiempo.

Otra bala pasó silbando tan cerca como la anterior. Al final, tomó la oxidada petaca y dio un corto trago. Cuando se la devolvió, George la ocultó bajo las capas de ropa robada al enemigo que le cubría.

—Si seguimos aquí, nos pisotearán como a un puñado de hormigas.

No podía criticar al mando, ni siquiera delante de un amigo, aunque pensaba de la misma forma.

—Guillermo sabe lo que hace.

—Meterse bajo las faldas de cuantas mujeres bonitas nos cruzamos, eso es lo que hace.

Henry sonrió.

—Esa lengua.

—¿Miento si acaso?

No, no mentía. Desde que empezara la guerra, les habían conocido a tres amantes: una condesa francesa, otra polaca y una dama silesia que decía provenir de la nobleza. Con las tres había perdido la cabeza y desaparecido durante días, dejando a las tropas sin más dirección que la escasa inventiva del estado mayor, demasiado apegado a recibir órdenes del príncipe.

—Es un gran general —fue lo que respondió.

George se encogió de hombros.

—Quizá lo fuera, pero la suerte no corre de su lado en esta campaña.

Los soldados que les rodeaban no perdían detalle de la conversación. El ánimo de la tropa era decisivo para el éxito en la contienda, y dudar del mando, muchas veces, se convertía en el principio del fin. Aunque George era para él más que un amigo, no podía permitir que quienes les rodeaban flaqueasen.

—Nuestras tropas juegan en desventaja —⁠contestó, alzando la voz⁠—, por el terreno y por la artillería.

—No te enfades, mi capitán —⁠arremetió el viejo soldado⁠—, pero estarás de acuerdo conmigo en que las mujeres están causando mayores estragos en esta guerra que el ejército enemigo.

A Henry no le quedó más remedio que sonreír.

Ordenó a los dos hombres más próximos que se pusieran a cubierto un poco más allá, donde la empalizada era más gruesa; de esa manera, ellos tendrían algo de intimidad.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.