Brooklyn by Eva P. Valencia

Brooklyn by Eva P. Valencia

autor:Eva P. Valencia
La lengua: spa
Format: epub
editor: Zafiro eBooks
publicado: 2020-11-10T08:54:06+00:00


Ryan Cohen

¿Una pestaña?

¡Por Dios! Sonaba patético hasta decir basta. Recurrir a esa superstición para acercarme a ella, para acortar las distancias, para saciar, en parte, mi hambre por sentirla a mi lado.

«¿En serio?», me pregunté repetidas veces.

¿De dónde coño había salido?

¿Dónde había estado el resto de mi existencia?

De un tiempo a esa parte me sentía contrariado, conturbado... necesitado; huérfano, por desearla como la deseaba y no poder saciar mi apetito en su boca.

Parecía un enfermo falto de una cura para calmar su dolor.

Jamás me había pasado nada semejante. Nunca había sentido eso por una mujer, ni nada que se le pareciera. De hecho, ni siquiera con Brenda, ni siquiera con ella, con quien había estado a las puertas del matrimonio y con quien había compartido cuatro años de mi vida. Brenda Simons era otro perfil de mujer.

En Brooklyn todo me incitaba a seguir a su lado, a no alejarme demasiado tiempo. Su rostro, su cuerpo, su olor a lavanda, su boca... Ella era alegre, muy atenta, sensual e insultantemente bonita; era la viva encarnación de una preciosa muñequita de porcelana, tan frágil y fuerte a la vez y tan perfecta que la vida a su lado parecía tan sencilla, tan jodidamente normal.

Sólo ansiaba cuidarla, protegerla, amarla con mis cinco sentidos, en cuerpo y alma... sin que ese anhelo, esa actitud, pudiera sonar a machismo.

¿Acaso estaba mal eso?

Por un lado, me decía «mantente a la espera, sé paciente; lo que tenga que ser, será», pero, por otro, un extraño y peligroso magnetismo me arrastraba a ella, a querer besarla, sentir el cosquilleo de sus labios en los míos, descubrir su sabor.

Jamás había deseado tanto a una mujer y nunca antes una negativa me había escocido tanto.

Lo extraño era que, si en ella también había notado la atracción que sentía por mí, ¿por qué se oponía a que nos dejáramos llevar sin cuestionarnos nada, simplemente siendo nosotros mismos?

—¿Ya ha pensado en ese deseo?

—Así es.

La observé detenidamente y creí adivinar una sonrisa algo coqueta en sus carnosos labios; después, detecté un leve rubor en sus mejillas y, por último, me lanzó una mirada de reojo con aquellos enormes ojos azules.

Me preguntaba si ella se daba cuenta de lo sensual que era con esos gestos, con su forma de ser, con su naturalidad, sin proponérselo... y si, de llegar a ser consciente de ello, tal vez dejaría de hacerlos.

Os juro que era mortificante desearla tanto, estar tan cerca y no poder ahogar mi anhelo en esa boca, pero debía ser respetuoso.

—No pienso confesarle mi deseo...

Recuerdo que nos reímos durante un rato. Ella parecía haber leído entre líneas, en mi forma de mirarla, mi curiosidad. Su rubor la delató..., ¿quizá su deseo estaba relacionado conmigo?

Asumí que eso nunca lo sabría.

—Mejor que no lo comparta, pues dicen que, si se desvelan, éstos no se cumplen.

—Tengo la convicción de que, lo que pasa, no es cosa del azar, sino del camino que uno elige marcarse y recorrer.

—Por supuesto.

Con aquella frase demostró que era una mujer con los pies en la tierra, a pesar de su juventud, y que tenía las cosas muy claras.



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