Ana Karenina by Leon Tolstoi

Ana Karenina by Leon Tolstoi

autor:Leon Tolstoi [Tolstoi, Leon]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Clásico
ISBN: 9788470820847
publicado: 2010-11-14T23:00:00+00:00


El médico de cabecera y los otros doctores decían que aquello era una fiebre puerperal de la cual el noventa y nueve por cien de los casos terminan con la muerte. Todo el día lo había pasado Ana con fiebre, delirio y frecuentes desvanecimientos. A medianoche la enferma había perdido el conocimiento y estaba casi sin pulso.

Esperaban el fin de un momento a otro.

Vronsky se fue a su casa. Por la mañana acudió para saber cómo seguía la enferma. Karenin, hallándole en el recibidor, le dijo:

—Quédese; quizá ella pregunte por usted.

Y él mismo le acompañó al gabinete de su esposa.

Por la mañana Ana entró de nuevo en un período de exaltada animación, de conversación rápida y agitada que terminó de nuevo en un desvanecimiento.

El tercer día el hecho se repitió, y los médicos dijeron que empezaba a haber esperanzas.

Este día Karenin se dirigió al gabinete donde estaba Vronsky, cerró la puerta y se sentó frente a él.

—Alexey Alejandrovich —dijo Vronsky, comprendiendo que llegaba el momento de las explicaciones—, no puedo ni hablar. No sabría hacerme cargo de las cosas. ¡Tenga piedad de mí! Por terrible que sea para usted esta situación, créame, lo es todavía más para mí.

E hizo ademán de levantarse. Pero Karenin le sujetó por el brazo y le dijo:

—Le ruego que me escuche; es necesario. He de manifestar los sentimientos que me han guiado y me guían para que usted no se llame a engaño respecto a mí. Usted sabe que opté por el divorcio y que incluso había iniciado este asunto. No le ocultaré que antes de entablar la demanda vacilé y sufrí mucho. Confieso que me atormentaba el deseo de vengarme, de hacerles daño a usted y a ella. Cuando recibí el telegrama, llegué con iguales sentimientos. Más diré: he deseado la muerte de Ana. Pero…

Alexey Alejandrovich calló un momento, reflexionando si debía o no abrirle su corazón.

—Pero la vi y la perdoné. Y la felicidad que experimenté perdonándola me indicó mi deber. He perdonado sin reservas, sincera y plenamente. Quiero ofrecer la mejilla izquierda al que me ha abofeteado la derecha. Quiero dar la camisa al que me quita el caftán. Sólo pido a Dios que no me quiten la dicha de perdonar.

Las lágrimas llenaban sus ojos. Su mirada lúcida y serena sorprendió a Vronsky.

—Mi decisión está tomada. Puede usted pisotearme en el barro, hacerme objeto de irrisión ante el mundo; pero no abandonaré a Ana y no le dirigiré jamás a usted una palabra de reproche —continuó Alexey Alejandrovich—. Mi obligación se me aparece ahora con claridad: debo permanecer al lado de mi esposa y permaneceré. Si ella desea verle, le avisaré, pero ahora me parece mejor que usted se vaya…

Karenin se levantó, y los sollozos ahogaron sus últimas palabras.

Vronsky se levantó también, y, medio encorvado, miraba con la frente baja a Alexey Alejandrovich.

No comprendía los sentimientos de aquel hombre, pero adivinaba que eran muy elevados, incluso inaccesibles para él.



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