Viento del este, viento del oeste by Pearl S. Buck

Viento del este, viento del oeste by Pearl S. Buck

autor:Pearl S. Buck [Buck, Pearl S.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1929-04-23T05:00:00+00:00


Capítulo XI

¡Siempre sin noticias, hermana! El jardinero, que diariamente, ateniéndose a mis órdenes, va a casa de mi madre para informarme de su salud y preguntar si mi hermano ha dado señales de vida, vuelve, desde hace quince días, con la misma contestación:

—La honorable anciana dice que no está enferma. A los ojos de la servidumbre no escapa el hecho de que languidece: no come apenas. Del señorito no hay noticias. Así, en cierto modo, el corazón de la anciana consume el cuerpo. A su edad no se resisten fácilmente algunas penas.

Pero ¿por qué no dice algo mi hermano? Para mi madre he preparado manjares delicados en una vajilla de porcelana fina, y se los he enviado con unas siervas, añadiendo, además, este mensaje: «Pruebe estos alimentos, madre mía. No saben a nada, pero ya que los he preparado yo misma, sírvase consumirlos».

Me han dicho que ahora come un poco, pero que, de pronto, deja en la mesa los palillos, víctima de la náusea que llena su corazón. ¿Cómo puede mi hermano matar así a mamá? Debería saber que no es una mujer que pueda soportar las groserías del Occidente. Es escandaloso por parte de mi hermano olvidar así sus deberes.

¿Qué decisión tomará mi hermano? Pienso en ello sin cesar, perpleja. Al principio me pareció imposible que no acabase cediendo a nuestra madre. ¿No ha recibido todo de ella? ¿Cómo es posible que pueda pensar en contaminar el don sagrado con una extranjera?

Mi hermano aprendió desde su más tierna infancia el sensato precepto del Gran Maestro, que prescribe: «El primer deber del hombre es atenerse a la voluntad de los padres». Así, pienso que cuando mi padre vuelva a casa y sepa lo que ocurre, unirá su veto al de mamá.

Esta idea me ha devuelto un poco la calma perdida. Pero hoy me siento como una terrible corriente de aire que se extiende por las arenas. ¿Qué ha ocurrido? Hermana, mi marido me hace también dudar de la sabiduría de la vieja máxima. ¡Ejerciendo en mí la fuerza de su amor, aviva mis dudas! Anoche dijo palabras extrañas. Las cosas ocurrieron así:

Estábamos sentados en la terraza de ladrillos que ha hecho construir en la parte de la casa que da al Mediodía. En el piso inferior, nuestro hijo dormía en su cunita de bambú, la servidumbre se había retirado y ocupábase en sus quehaceres. Yo, como es conveniente, me había sentado a poca distancia de mi marido, en una silla de hierro esmaltado; él se había tendido en un largo sillón de mimbre.

Contemplábamos la luna llena que, muy alta, parecía oscilar en el cielo. Se había levantado un viento nocturno que empujaba rápidamente, en los cielos, una cohorte de nubes que parecían enormes pájaros blancos. Tras los vapores que pasaban, la luna se escondía y reaparecía, magníficamente clara y pura; se tenía la ilusión de que la luna corría por encima de los árboles. Estaba extasiada por aquella belleza y la paz que emanaba. El aire olía a lluvia, me sentía dichosa de vivir.



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