Una tienda en Chicken Hill by James McBride

Una tienda en Chicken Hill by James McBride

autor:James McBride [James McBride]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Tusquets Editores S.A.
publicado: 2024-09-29T00:00:00+00:00


16

La visita

Chona yacía en una habitación privada de la última planta del hospital de Reading, en un ala normalmente reservada para enfermos graves o moribundos. Al parecer, eso era precisamente lo que el caballero de Filadelfia, un rico propietario teatral, había insistido en tener, y había pagado por ello en efectivo.

—Quiero silencio —les dijo a las enfermeras de la planta.

Al parecer, estaba acostumbrado a dar órdenes, lo que provocó cierta animosidad entre las enfermeras. Corría el rumor de que la judía de la 401 vivía en la cercana Pottstown y se había visto involucrada en algún tipo de altercado con las fuerzas del orden. No habían visto a muchos judíos en esa planta, ni tampoco a muchos negros como la cuidadora que se pasaba el día sentada junto a la cama de la enferma, con la cara a menudo hundida en una Biblia. La mujer negra rara vez sonreía. Hablaba con el personal de manera directa y seca. Las enfermeras no tardaron en definirla como arrogante e irrespetuosa. Para colmo, el marido judío de la enferma entraba y salía a horas intempestivas, por no hablar de los negros que iban y venían de la habitación a lo largo del día. Todo parecía un tanto desproporcionado: judíos ricos pagando por habitaciones privadas e inundando de negros la planta del hospital. Este país, murmuraban las enfermeras, se está yendo a la porra.

Addie no estaba al corriente de esas habladurías, al igual que Chona, que durante cuatro días había permanecido en coma y los médicos suponían que del segundo coma ya no iba a despertar. Addie no estaba tan segura. Cada mañana, Chona se agitaba, mascullaba y volvía a verse sumida en la inconsciencia. El primer día, Addie no le dio importancia. Pero al cabo de tres días, sospechó que la mujer que habitaba dentro de aquel cuerpo seguía viva.

Addie se lo reveló a Moshe cuando, al tercer día, se presentó allí con Nate, con quien no había hablado desde el incidente. Los dos hombres, que parecían exhaustos, explicaron que montar y desmontar el escenario para los tres días de representación de Hamlet, por parte de una compañía de teatro yidis de Pittsburgh, les había requerido muchísimo tiempo.

—Espero que a la gente le gustara —comentó Addie, con la intención de parecer alentadora.

Moshe ignoró sus palabras y se sentó junto a la cama de su mujer sin decir nada. Estaba hecho un desastre. Tenía la camisa sucia y la chaqueta raída. Las bolsas bajo sus ojos eran tan grandes que podría haber guardado huevos en ellas. Se quedó mirando a Chona durante un buen rato y luego dijo:

—¿Alguna novedad?

—Está intentando sacarlo.

—¿Sacar el qué?

—Eso que hace por las mañanas. Lo hace siempre. —Addie sabía que existía una palabra judía para designarlo, pero no podía recordarla—. Es una cancioncilla. Una oración. Ella está tratando de hacer eso. Todas las mañanas. Desde hace tres días.

Moshe miró fijamente a su esposa, echó un vistazo a Addie y agitó la mano.

—Déjanos un rato a solas —dijo.

Addie y Nate salieron al pasillo.



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