Un tahúr en Montana by Raf G. Smith

Un tahúr en Montana by Raf G. Smith

autor:Raf G. Smith
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 1949-11-30T23:00:00+00:00


—Y yo —apoyó el otro—. A ése sí obedeceremos.

—Entonces les recomiendo ir al cementerio para ponerse a sus órdenes. Ignoro qué les podrá decir su cadáver.

—¿Le han matado?

—Sí, pero donde mejor les informarán será en el saloon de Cromick.

—Me parece muy raro esto. ¿Qué opinas, Duff? Por mi parte les creo unos impostores si no cuelgan inmediatamente a ese muchacho que atentó contra la vida de esta encantadora señorita. Si no lo hace usted por falta de agallas, nos encargaremos nosotros del trabajo.

—Escuchen —habló Walter, silbando las palabras—. Hace pocas horas me hice cargo de la estrella y no quisiera estrenarla vertiendo sangre por desacato a la autoridad. Mejor será para ustedes olvidar el incidente como si no hubiera ocurrido, alejándose de aquí antes que me arrepienta y les meta en la cárcel o un par de tiros en el cuerpo. Pueden ir eligiendo.

Algo debieron ver en los ojos de Walter que les hizo retirarse prudentemente, no sin antes reiterar su apoyo y testimonio a Pamela Granger.

En la oficina del sheriff se repitió la escena de la estación por enésima vez. Cada uno de los jóvenes se esforzaba en acusar al otro de haber atentado contra su vida en ocasión de hallarse distraído.

—¡Fue usted quien intentó matarme! —chillaba Pamela.

—Diga mejor que fue usted la asesina fracasada —respondía Delmer.

—Ahora lo comprendo todo —añadió la muchacha—. Escuche, sheriff: este es uno de los hombres puesto a las órdenes de mi enemigo secular y seguramente ha cobrado cierta cantidad de dólares por eliminarme. Pregúntele cuánto le han dado por el trabajo. Confieso que al principio supo engañarme admirablemente, pero no ha sabido hacerlo bien, porque he descubierto su juego.

—Pero… ¿no hay por aquí cerca algún manicomio para encerrar a esta mujer? En mi vida vi a nadie con semejante locura. Con sus disculpas infantiles confirma mi primera idea. Será amiga del cobarde que ando buscando por todo el Oeste y como aquél no tiene reaños para enfrentarse conmigo, ha mandado contra mí a alguien de quien no se puede sospechar. Todo está claro. Me golpeó con la botella de cerveza que le ofrecí, creyendo que me bastaría con eso. Al arrojarse en marcha del tren dos hombres la vieron, y no ha tenido más remedio que inventar esa historia que aquí no puede pasar. Lo raro es que no se le ocurriera pegarme un tiro. Hubiera sido más cómodo y rápido. ¿Por qué no le registra su saco de viaje, sheriff?

Walter no se hizo repetir el ruego. Entre mil cosas propias de una muchacha joven, apareció un pequeño revólver niquelado con cachas de nácar. Más que un arma parecía un objeto de adorno.

—¿Lo ve usted? —gritó Delmer—. Pregúntele para qué necesita ese juguete.

—Ese juguete lo necesito para defender mi propia vida, pero usted no me dio tiempo por haberme cogido a traición.

—¡Silencio! —rugió Walter dando un terrible puñetazo en la mesa—. ¡Estoy cansado de oír tonterías! Pónganse de acuerdo y díganme de una vez quién intentó matar a quién.

—¡Él!

—¡Ella! —dijeron a la vez.

El nuevo sheriff sudaba copiosamente.



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