2. El castillo de los guerreros sin cabeza by JOSÉ MARÍA PLAZA PLAZA

2. El castillo de los guerreros sin cabeza by JOSÉ MARÍA PLAZA PLAZA

autor:JOSÉ MARÍA PLAZA PLAZA
La lengua: spa
Format: epub
Tags: El castillo de los guerreros sin cabeza, Los sin miedo, Castellano, José María Plaza, Edebé
ISBN: 9788423698226
editor: Edebé (Ediciones Don Bosco)


16. Cuatro sospechosos

Nos dolía el hombro de tanto empujar la puerta; pormás que lo intentábamos, resultaba inútil. Estaba cerrada.

—No os preocupéis —intervino Erika—. Aún noestamos atrapados. Podemos entrar al pasadizo por la cueva que hay al pie del castillo.

—¿Por donde tú saliste?

—Sí —dijo Erika, entusiasta—. ¿Veis como todo tiene solución? ¡Anda, animaos un poco!

No era fácil. Nos preocupaba quedarnos allí encerrados, pero también saber que había alguien, escondido en alguna parte, que quería quitarnos de en medio.

Erika advirtió nuestros temores.

—¡No temáis! Si nos encontramos a algún enemigo por el camino —dijo, acariciando a Sabab—, no lo va a olvidar fácilmente.

El enorme perro baboso se puso a ladrar y mostró un fiero aspecto de tigre, como si hubiese adivinado lo que se esperaba de él.

Salimos en busca de la otra entrada del pasadizo.

Tras dejar a nuestra espalda los muros del castillo, divisamos unos densos matorrales, pasamos entre ellos por un hueco que no se veía a simple vista y, siguiendo a Sabab, llegamos hasta una pequeña apertura en la montaña. Aquella parte del pasadizo daba la impresión de ser una cueva natural que se acabaría de un momento a otro. Sabab, que lo conocía bien, era nuestro guía.

—¿Te acuerdas, Álvaro, de cuando encontramos el Cristo sin cabeza? Allí se dividía el pasadizo endos —dijo David, y sin que le respondiera, continuó—:Éste debe de ser el otro lado. ¡Menos mal que no vinimos por aquí!

—¡Ya falta poco! —insistió Erika, mirándonos, pero al volver la vista hacia adelante y ver que el perro se había detenido, le preguntó, casi en voz baja—. ¿Qué pasa, Sabab? ¿Hay alguien por ahí?

No había nadie, pero un muro de piedras tapaba el camino hacia el monasterio.

—¡Esto no ha sido un derrumbamiento!

Salimos a toda prisa al exterior y a plena luz del día nos miramos sin saber qué hacer.

—¡Nos tienen bien encerrados! —sentencié.

—¡Alguien quiere impedir que regresemos al monasterio! —dedujo David.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Erika sin aparentar preocupación, sólo curiosidad.

—¡Ya está! —dije, inmediatamente (las grandes ideas suelen ser las más sencillas y llegan solas)—. ¡Les diremos a nuestros amigos que abran el cerrojo de la cámara secreta!

—¡Claro! —añadió David—. Hay que avisarles para que entren por el pasadizo de la chimenea.

—Sí, pero uno de ellos debería quedarse en el monasterio para abrirnos a la vuelta. Seguro que en el túnel hay un resorte, como lo había en la chimenea, pero como no sabemos dónde está, no podemos arriesgarnos a quedarnos encerrados para siempre.

—¡No lo había pensado! —dijo David, admirado—. ¡Vamos a llamarlos!

No fue fácil ponernos en contacto con ellos. Cuando lo conseguimos, les contamos lo que habíamos hablado, y así decidieron hacerlo.

No tuvieron ningún problema para abrir la chimenea y Fernando y Cristina se internaron por ella, mientras Belén, que se había quedado con el walkie de Cris, esperaba nuestro regreso para abrirnos.

Una vez que nuestros amigos habían puesto en marcha la operación rescate, sólo nos quedaba esperar. Nos acercamos hasta el laboratorio en busca de nuevos tesoros. Y una vez allí, David señaló, intrigado:

—¡Aquí hay algo extraño!

—¿Qué



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