Tres niños sin fronteras que vencieron al miedo by Javier Sancho

Tres niños sin fronteras que vencieron al miedo by Javier Sancho

autor:Javier Sancho
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-05-10T00:00:00+00:00


—Tu hermano fue muy valiente. A veces, la gente cree que los valientes son los que pelean con armas. Pero esos son los que tienen más miedo. Los más valientes son los que luchan sin armas para que los niños no se enfermen ni pasen frío. Tu hermano era de los valientes.

Ahmed miró a la doctora con los ojos abiertos.

—Tu hermano, ahora, solo está en otro lugar, en otro tiempo, ¿me entiendes? Como ese pequeño elefante que tienes ahí. Vino de otro tiempo y otro lugar, pero tu hermano lo encontró para ti, y está aquí contigo. ¿Quién sabe?, a lo mejor, dentro de muchos muchos años, volverás a encontrarte con él.

La doctora dio media vuelta, pero antes de irse, se giró de nuevo hacia Ahmed.

—Espera. Estoy pensando que…, si eso ocurre, si algún día él te busca, y tú sigues usando su nombre «for ever and ever», ¿qué pasará si los dos estáis tan viejos o habéis cambiado tanto que no os podéis reconocer el uno al otro? ¿Y si te llama de lejos por tu nombre original? Seguro que no le contestarás porque ya no serás Ahmed «anymore». ¿Ves? No está bien quitarle el nombre a nadie.

Ahmed miró a su Errante sin más. Volvió a la tienda de campaña, con Karima, y aún sin voz. Esa noche tuvo un sueño corto, pero con un gran acontecimiento. En el sueño, su madre y él aún estaban en Alepo. Era, de nuevo, el día de su cumpleaños. La ciudad había sido destrozada, pero muchos seguían vivos. Alepo no caería mientras uno solo de sus habitantes siguiera con vida. Entonces se oyó un estruendo, como una especie de temblor en toda la Tierra. La gente echó a correr despavorida. Podían ser tanques u otras máquinas de guerra, acercándose. Luego se oyó un pitido largo como de trompeta. Y de pronto aparecieron. Eran cientos de elefantes pequeños que venían corriendo, en manada.

Parecían surgir bajo el suelo de Alepo, que esconde tantos tesoros y secretos de siglos anteriores. Sin duda venían de otro lugar y de otro tiempo. Y cada elefante llevaba sobre el lomo una gran mochila de patucos con el sello del muñeco rojo. En medio de ellos, como uno más, pudo ver a Ibrahim, corriendo también con sus patamanos y patapiés. Sonreía y llamaba a su hermano: «Ahmeeed, Ahmeeeeeeeeed». Y este supo entonces que Ibrahim había cumplido su palabra.

Como el sueño fue tan corto, Ahmed se despertó antes del amanecer. Y de inmediato, a pesar del frío y el hambre que le daba a esas horas, se puso a corregir su dibujo en silencio, mientras Karima dormía. Cuando ella se levantó, lo encontró más despierto que nunca, y había algo que brillaba en su cara. Bebió de un sorbo un vaso de leche y se fue corriendo a la tienda de la escuelita. Allí, le entregó el dibujo a la doctora. Aparentemente era el mismo, casi calcado: se veía el patio de la casa, el pequeño elefante, los dos niños jugando otra vez… Pero en el cielo… ya no había aviones ni bombas como gotas negras.



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