La derrota del espacio by Louis G. Milk

La derrota del espacio by Louis G. Milk

autor:Louis G. Milk
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1965-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO IX

El zumbador del visófono sonaba con insistencia. Al fin, consiguió traspasar las barreras defensivas que el sueño había puesto en tomo al cerebro de Egon Hannrah y el filósofo se despertó.

Con ojos aún turbios, Egon consultó el reloj que tenía sobre la mesilla de noche. Las siete y media de la mañana.

—Demasiado temprano —rezongó.

Alargó el brazo y dio el contacto. Inmediatamente, penetró una voz en el dormitorio.

Era una voz que conocía muy bien, pero en la que se advertían trémolos de alarma.

—¡Egon!

El joven se incorporó en el lecho. La imagen de Flora aparecía en la pantalla.

—¡Hola!—saludó—. Sí que es usted madrugadora... ¡Eh! ¿Qué le pasa? La veo asustada...

—Tengo motivos para ello, Egon. Mi padre no ha vuelto.

—Bueno, tendrá trabajo...

—Siempre hacía su trabajo en casa.

—Quizá tuvo que hacer un viaje imprevisto.

—Me habría dejado una nota anunciándolo, Egon.

El filósofo hizo un gesto de contrariedad.

—Creo que está temiendo lo peor —dijo.

—Así es, Egon. Estoy segura de que lo han secuestrado.

La voz de la muchacha sonaba con angustia que se advertía con toda claridad.

—¿Calixto? —preguntó él.

—¿Quién otro podría haber sido?

Hubo un momento de silencio. Luego, Egon dijo:

—Muy bien, Flora. Espéreme en su casa. Iré lo antes que pueda.

—De acuerdo. No tarde, por favor —suplicó ella.

La comunicación se cortó. Egon saltó del lecho y corrió al cuarto de baño.

Mientras se duchaba, pensó en que Calixto no había perdido el tiempo. Posiblemente, no había intervenido él de un modo directo, pero había dado la orden desde el otro lado del globo.

Y alguien había secuestrado a Sam Parks, con ánimo de obligarle a construir un «traslator»... o muchos, se dijo.

Terminada la ducha, puso el cuerpo bajo los chorros de aire caliente. Una vez seco, volvió al dormitorio para vestirse.

Estaba terminando, cuando de nuevo sonó el visófono.

Dio el contacto y la pantalla se iluminó. En esta ocasión, sin embargo, no oyó ninguna voz.

Además... ¿qué pasaba en la pantalla? ¿Qué era lo que tapaba el objetivo, impidiendo ver el rostro de Flora? Porque a Egon no le cabía la menor duda de que era la muchacha quien le había llamado de nuevo.

Fijándose con detenimiento, pudo ver un trozo de tejido de color claro. Había alguien delante del objetivo, cubriéndolo con el cuerpo.

—Vamos, nena —sonó de repente una voz bronca.

Egon se puso rígido. El obstáculo se quitó de delante del objetivo.

—¿A dónde? —preguntó Flora.

—Eso no te importa...

—¿Con mi padre?

—No hagas preguntas —refunfuñó el sujeto.

—Eso significa que me llevan con él. Al menos, díganme dónde está.

—No, y basta ya de charla...

Egon se apartó a un lado, a fin de evitar que el objetivo de su visófono transmitiera su imagen. Apenas un segundo más tarde, Flora se separó del suyo y Egon pudo ver que se alejaba, en compañía de dos rufianes que le resultaron por completo desconocidos.

Egon comprendió la astucia de la chica. Flora se había acercado al visófono, caminando hacia atrás, y había dado el contacto en un descuido a fin de que él pudiera saber lo que ocurría.

—También la han secuestrado —murmuró Egon—. Pero los tipos no quisieron decir dónde iban.



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