Todo sobre el amor by Stephanie Laurens

Todo sobre el amor by Stephanie Laurens

autor:Stephanie Laurens [Laurens, Stephanie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-02-06T05:00:00+00:00


Capítulo 13

AL despertar, Phyllida abrió los ojos y por la ventana contigua percibió un retazo de cielo. Una luz grisácea se superponía a la oscuridad, como un presagio del inminente amanecer.

Volvió a cerrar los párpados, arrebujándose en las sábanas. Tenía distendido y relajado todo el cuerpo y el pesado brazo posado en su cintura le producía una reconfortante sensación… Se incorporó de golpe, o así lo habría hecho de no ser por aquel brazo que se tensó y la contuvo.

Tendida de costado, puso los sentidos en alerta. Lucifer yacía boca abajo a su lado, con un brazo apoyado en ella. Y estaba despierto, y desnudo. Como lo estaba ella. No iba a ser fácil escapar de aquello sin perder la compostura.

Por desgracia, no recordó que le hubieran enseñado ninguna norma sobre cómo comportarse a la hora de abandonar la cama de un caballero. Si hubiera estado dormido, se habría escabullido sin más. Vestida, habría encarado la situación con aceptable serenidad.

Pero ¿desnuda? ¿Y con él desnudo a su lado?

Si seguía allí discurriendo sobre el asunto, acabaría cediendo al pánico. Se volvió y él deslizó el brazo hasta su cintura. Tumbada de espaldas, lo miró de soslayo; tenía la cara medio hundida en la almohada.

—Tengo que irme.

Lucifer abrió el ojo que quedaba visible y la observó, con demasiado detenimiento para su agrado.

—Todavía no me has dicho qué has venido a buscar, que es seguramente el motivo por el cual el asesino la ha emprendido contra ti.

—No lo es. Pronto se hará de día y tengo que volver a casa por el bosque. Si pasa más tarde por la mañana, prometo que se lo contaré todo.

Lucifer negó con la cabeza sin levantarla. Estaba extraordinariamente atractivo con el negro pelo alborotado. ¿Era ella quien lo había despeinado?, se preguntó, con un repentino deseo de acariciarle el cabello.

—Ya pensaba ir a interrogarte esta mañana, pero la actual situación es más propicia para obtener información.

—¿A qué se refiere? —inquirió ella ceñuda.

—Me refiero a que no saldrás de esta cama hasta que me lo hayas explicado todo.

—No sea tonto… Tengo que irme antes de que se levanten los criados. No querrá que sepan que estoy aquí.

—Si a ti no te importa, ¿por qué tendría que inquietarme yo? —contestó él con un encogimiento de hombros. De todos modos iba a casarse con ella. En tales circunstancias, todo el mundo haría la vista gorda.

Ella se quedó mirándolo, pasmada, y luego exclamó:

—¡Claro que me importa!

Trató de zafarse de su brazo. Con un suspiro, él se volvió, atrayéndola hacia sus brazos. Phyllida se quedó inmóvil mientras él la hacía girar hasta depositarla de lado, con la nariz prácticamente pegada a la suya, envuelta en sus brazos, con las piernas enredadas en las suyas y la presión de su erección contra la blandura del vientre.

—En ese caso, más vale que comiences a hablar —dijo, mirándola a los ojos.

Era imposible descifrar su expresión; sólo los oscuros ojos, aún dilatados y brillantes por la saciedad, indicaron que era consciente de su estado. De la amenaza implícita.



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