Perdido by Anna Casanovas

Perdido by Anna Casanovas

autor:Anna Casanovas [Casanovas, Anna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-05-31T16:00:00+00:00


Capítulo 16

Henry y Eleanor subieron a un carruaje en cuanto los hermanos de ella se despidieron. La casa en la que habían atacado a Henry llevaba varias generaciones en manos de la familia Tinley, pero los padres de Henry la utilizaban en muy raras ocasiones, pues el actual barón y su esposa preferían residir en Cornualles. Era una pequeña construcción alejada de la ciudad, que había adquirido un antepasado de los Tinley como casa de recreo. Era el lugar ideal para pasar unos días de descanso o para mantener a una amante secreta, que era lo que había hecho el bisabuelo de Henry.

Durante el trayecto, ninguno de los dos dijo nada; Henry siguió leyendo su cuaderno y Eleanor fijó la mirada en el paisaje, con la esperanza de no pensar en la conversación que los dos habían mantenido antes.

Todavía no habían llegado a su destino cuando el olor a humo alcanzó el carruaje. Habían pasado varios días desde el incendio, pero las últimas lluvias habían impregnado las cenizas y el olor se había reavivado. Henry cerró el cuaderno y se puso alerta. Un escalofrío le recorrió la espalda y notó una gota de sudor resbalándole por la nuca.

—Hemos llegado, milord —anunció el cochero, tirando de las riendas de los caballos para detenerlos.

Henry bajó el primero y se quedó petrificado frente a los restos de la casa. William le había dicho la verdad, las llamas la habían devorado. Abrió y cerró los puños y se obligó a seguir avanzando. Oyó cómo Eleanor descendía del carruaje detrás de él con la ayuda del cochero, pero su instinto lo impulsó a adentrarse solo entre aquellas vigas ennegrecidas. Esquivó lo que parecían ser los restos del marco de una puerta y entró en la casa. El tejado se había desmoronado parcialmente y no quedaba ninguna ventana. Los muros exteriores de ladrillo habían aguantado, pero no podía decirse lo mismo de las paredes interiores. Apenas se mantenía en pie un tabique y los muebles eran ahora escombros esparcidos por el suelo. Lo que quedaba de las cortinas parecían lágrimas negras y todavía rezumaban queroseno.

Allí de pie, Henry creyó revivir el incendio, las sensaciones eran tan claras que le enturbiaron la mente durante unos segundos. Se concentró y se esforzó por distanciarse de la escena, pues, si no lo hacía así, se veía incapaz de recordar. Sus pies lo llevaron hacia donde no sabía que quería ir y, en cuanto cruzó el umbral de lo que había sido el salón, su mirada se topó con la garganta de la chimenea. El sol entró por la ventana sin tener que atravesar el cristal e hizo brillar algo en el suelo.

Henry se acercó y se agachó para ver qué era. Un anillo. Su alianza. Tenía restos de sangre y varias rayaduras, probablemente de cuando se le desprendió del dedo y golpeó contra las baldosas. Sintió una arcada al recordar la escena y sacó un pañuelo del bolsillo para limpiarlo. La sangre se había secado y tuvo que escupir para borrarla; cuando terminó, se lo deslizó en el dedo anular.



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