La penitencia de fray Cadfael by Ellis Peters

La penitencia de fray Cadfael by Ellis Peters

autor:Ellis Peters [Peters, Ellis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1993-12-31T16:00:00+00:00


IX

a costumbre indujo a Cadfael a despertarse a medianoche sin necesidad de que sonara la campana de maitines. Recordó que lo habían instalado en una minúscula celda de las inmediaciones de la capilla y reparó en el profundo significado de algo que antes le había pasado inadvertido. Le había revelado a Felipe con toda sinceridad su apostasía y, pese a ello, Felipe lo había alojado en una celda que hubiera podido ofrecer amablemente a cualquier clérigo que se encontrara hospedado en el castillo. Y, puesto que estaba tan cerca y habían sido tan considerados con él, ¿por qué no rezar por lo menos maitines y laudes delante del altar? No había renunciado a su fe y tampoco la había puesto en peligro, aunque hubiera perdido sus derechos y privilegios.

El simple hecho de arrodillarse en medio de la soledad y la fría austeridad de la piedra y de pronunciar las conocidas oraciones casi en silencio le consoló y tranquilizó mucho más de lo que esperaba. Si la gracia no hubiera estado cerca de él, ¿cómo hubiera podido levantarse, sintiéndose tan libre de las dudas e inquietudes de la jornada y de cualquier sombra de incertidumbre a propósito del día siguiente?

Se encontraba a uno o dos pasos de la puerta que se había abstenido de cerrar por temor a que su crujido despertara a alguien, y ya se disponía a retirarse cuando uno que estaba despierto y se movía con tanto sigilo como él le miró directamente a los ojos. La mortecina luz fue suficiente para que ambos se vieran el uno al otro con toda claridad.

—Para ser un apóstata —dijo Felipe en un susurro—, observáis estrictamente las horas, hermano. —El joven se cubría la desnudez con una pesada vestidura de piel y caminaba descalzo sobre la piedra—. No, no me habéis molestado. Me acosté muy tarde anoche. De eso sí podéis echaros la culpa si queréis.

—Hasta un renegado —dijo Cadfael— puede aferrarse a las orlas de la gracia. Pero siento haberos impedido el sueño.

—Puede que en ello haya algo mejor para vos que este sentimiento que ahora os embarga —dijo Felipe—. Mañana seguiremos hablando. Espero que os hayan ofrecido todo lo necesario y que vuestro lecho sea por lo menos tan blando como el del dormitorio de vuestra abadía. No hay gran diferencia entre el lecho de un soldado y el de un monje, según me han dicho. Yo solo he probado uno de ellos desde que alcancé la edad adulta.

Muy cierto, pues antes de cumplir los veinte años, el joven había tomado las armas en aquella interminable contienda en apoyo de su padre.

—Pues yo he conocido los dos —dijo Cadfael— y no me quejo de ninguno.

—Eso me dijeron en Coventry algunos que os conocían. Yo, en cambio, no os conocía —dijo Felipe, arrebujándose en su larga vestidura—. Yo también tenía una palabra que decirle a Dios —explicó, pasando junto a Cadfael para entrar en la capilla—. Acudid a verme después de misa.

—Esta vez no detrás de una puerta cerrada —dijo Felipe tomando del brazo a Cadfael al salir de misa—, sino públicamente en la sala.



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