Tercios by José Javier Esparza

Tercios by José Javier Esparza

autor:José Javier Esparza [Esparza, José Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2017-11-07T05:00:00+00:00


14. MUJERES EN LOS TERCIOS

Calderón de la Barca, que fue soldado, introdujo en su obra El alcalde de Zalamea, dentro de la tropa, a un personaje singular: La Chispa. ¿Quién era La Chispa? Una soldadera. Es decir, una de las mujeres que acompañaban a los soldados. Porque en los tercios abundaban las mujeres; no como combatientes, pero sí como esposas de los soldados o en otras muchas funciones (sí, también en esas que está usted pensando). La Chispa es una mujer de mucho carácter: «Como de otras no ignoran, que a cada cosa lloran, yo a cada cosica canto». Lejos de la fragilidad habitual de la imagen femenina, la mujer de los tercios comparte el mismo espíritu sacrificado del combatiente: «Bien se sabe que yo —dice en otro lugar La Chispa— barbada el alma nací; / y ese temor me deshonra, / pues no vengo yo a servir / menos, que para sufrir / trabajos con mucha honra; / que para estarme, en rigor, / regalada, no dejara / en mi vida, cosa es clara, / la casa del regidor, / donde todo sobra».

La Chispa, mujer, pero «barbada el alma», aparece en El alcalde de Zalamea como esposa de un soldado de a pie. Hubo miles como ella en la vida real. Al retratar la primera expedición del Camino Español hemos visto que en el contingente figuraban numerosas mujeres. ¿Quiénes eran, por qué estaban allí?

La mujer del soldado

La norma general en los tercios era que los soldados fueran solteros. Todos los tratadistas clásicos han pensado siempre que la familia debilita al soldado y le distrae del servicio. Por otra parte, tampoco a la Corona le hacía ninguna gracia verse obligada a socorrer viudas y huérfanos por millares. Sin embargo, con frecuencia la norma era papel mojado. Hay abundante documentación que expresa la preocupación de la Corona por el alto número de soldados casados en Italia y Flandes, frecuentemente más que solteros. Se quejaba la Corona de que eso la obligaba a sostener dos ejércitos: «uno de vivos, que me sirven, y otro de los muertos, que me sirvieron, en sus mujeres e hijos». La Corona podría haber añadido en su queja que, para colmo de males, las pagas rara vez llegaban a tiempo o con una mínima regularidad, lo cual provocaba auténticas tragedias en unas familias que literalmente no tenían qué comer. Porque esas mujeres e hijos, por lo general, no estaban en España, sino en los propios países donde el soldado se hallaba destinado, porque eran de allí, e incluso vivían cerca de los frentes de guerra.

Existe la idea tópica de que el soldado de los tercios —como cualquier otro de esta y otras épocas— era esencialmente un violador en potencia. La verdad, sin embargo, es que los reglamentos de los tercios eran especialmente estrictos en lo que concierne al respeto a las mujeres. La pena por violación era la muerte, y también se sancionaban con severidad las agresiones de menor grado. El cuidado que se ponía en proteger



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