Tenemos que hablar by Bárbara Montes

Tenemos que hablar by Bárbara Montes

autor:Bárbara Montes [Montes, Bárbara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2024-06-06T00:00:00+00:00


22

Tima

—Te lo dije, hijo mío, esta mujer no está a tu nivel, no lo ha estado nunca —escupe Begoña con un lado de su labio superior alzado en una mueca de disgusto, como el que huele carne podrida y agusanada. Un gesto muy suyo—. No deberías haberte casado nunca con alguien así… ¡Seguro que después querrá divorciarse! ¡Qué van a decir nuestros amigos!

—Mamá, no te pases —me defiende David sin mucho entusiasmo.

—Begoña, ya basta. —Alfonso es más tajante. Su tono es capaz de cortar madera de roble.

—Alguien tiene que decirle de una vez por todas la verdad —insiste ella sin levantar la voz—. No sé quién se ha creído que es.

Me muerdo la lengua, prefiero guardar silencio. No me apetece entrar en esta batalla, el resultado de la guerra no va a cambiar por mucho que ella patalee. Que tenga su berrinche, qué más me da a mí a estas alturas.

Aun así, miro en dirección a David sintiendo cómo se me dilatan las ventanas de la nariz en un resoplido contenido, la ceja de mi ojo izquierdo adquiere vida propia y se curva en una interrogación; ese gesto, tan mío, equivale a un «¿Por qué dices que tengo que aguantar esto?».

Y David lo sabe. Lo sabe de sobra. Siempre ha dicho que tengo un rostro muy expresivo, uno de esos a los que les sobran mil palabras, uno de esos que puedes leer con más facilidad que un libro, que está escrito mejor que muchos libros.

Antes de salir de casa me pidió que no me enzarzase en una pelea dialéctica con su madre, aunque él lo llamó «pelea» sin más, que intentase evitarlo, que sabía que era difícil, pero que lo intentase. Bien sabía él que la situación podía darse.

David teme a su madre. Ese ímpetu del que no ha hecho nada en su vida y se cree con derecho a todo. Esa amargura que empaña con bilis cualquier palabra que sale de su boca. Ese desprecio por todo lo que escape a su entendimiento, a su forma de comprender el entorno. Y esas ganas de moldear al resto a su imagen y semejanza, como si se tratase de un Dios egoísta y sin más perspectiva que el propio ombligo.

David la teme. No sé si la respeta, pero la teme. Y pretende que yo también lo haga, y nada más lejos de la realidad, puesto que yo estoy a un soplido de mosquito de quemar todas las naves de la enclenque relación que hemos mantenido a lo largo de más de una década.

La mujer me tiene hasta los mismísimos ovarios.

Mi todavía marido se encoge de hombros y me da una palmada tranquilizadora en la pierna por debajo del mantel, no sea que su madre lo vea.

—Tú no seas tan bobo de defenderla ahora —le dice Begoña a su hijo—, que siempre has sido demasiado bueno… Y mira cómo te la ha jugado. Ahora a divorciarse y a vivir de tu dinero sin hacer nada. Si es que estaba claro lo



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