La otra by Corín Tellado

La otra by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1962-12-31T16:00:00+00:00


VIII

Ni siquiera dio las buenas noches. Se dejó caer en una silla junto a la mesa de la cocina y quedó ensimismada.

—No parece que te hayas divertido mucho —exclamó la tía.

—¡Bah!

—¿Te has aburrido?

—No.

—Lo parece, criatura. ¿Te sirvo la cena?

—No tengo apetito…

—Caray, Lula, se diría que te propinaron una paliza.

—No me la han propinado.

—Edward es un buen chico.

—Sí.

—¿No puedo saber lo que te ocurre, Lula?

—Si no lo sé yo, tía Carol.

—Estás demasiado enamorada de ese hombre.

Lula se irguió como si la pincharan.

—¿Qué dices? ¿Qué dices, tía Carol?

La dama pensó que Lula estaba demasiado inquieta aquella noche para inquietarla aún más. Sonrió tibiamente, y susurró:

—No te casarás nunca con Edward. Y todo… por ese hombre.

—No quiero que digas eso.

—Debo abrirte los ojos.

—Los tengo demasiado abiertos.

—Lula…

—No tengo apetito, tía. Me retiro ya.

—Espera, querida. Permíteme que comparta contigo las inquietudes que te agitan.

—No me agita nada en absoluto.

—¿Estás segura?

—Tía… —casi gimió—, déjame sola. —Pasó los dedos por la frente—. Necesito descansar.

—Eso es. Y mañana volverás a verle. Y te dará conversación. Te hablará de esa bruja que estará ardiendo en los infiernos…

—¡Tía Carolina!

—Y tú te callarás. Y consentirás que la ponga delante de ti por las nubes.

—¡Tía Carolina!

—Y tal vez aún le digas que sí, que era buena, que lo amaba con locura…

—No quiero oírte. Te prohíbo…

Salió corriendo y se encerró en su alcoba. La dama enjugó una lágrima. Si ella tuviera valor… ¡Si lo tuviera! Pero no lo tenía, porque amaba demasiado a Lula y sabía lo que para esta significaría que ella violara su secreto. Pero un día, un día, cuando no pudiera más, cuando el sufrimiento de Lula fuera superior a su paciencia…

Casi sin darse cuenta fue tras ella y empujó la puerta, que abrió sin esfuerzo.

Lula se hallaba sobre el lecho silenciosa, inmóvil, con la cara entre las manos.

—Lula… —susurró, yendo hacia ella y sentándose en el borde de la cama, pasando su mano temblorosa por los cabellos leonados de la joven.

—Lula, hijita…

—Déjame.

—Te lo digo porque es superior a mis fuerzas verte sufrir.

—¡Cállate, tía! Vete a la cama. Olvídate de lo que has dicho.

—Edward te haría olvidar.

—Puede que sí —susurró—. Pero no me expondré a eso.

—Una mujer se obsesiona y un día se da cuenta de que fue una estúpida poniendo su esperanza en un hombre que no la ama.

Lula no respondió.

—Edward es un gran chico. A su lado…

—No.

—Puede que sea tu destino, hijita.

—No sé aún cuál será mi destino.

—Dicen que a Dios hay que ayudarle.

—No haría de Edward un desgraciado. Nunca lo engañaría.

—Ya sé que nunca serías como ella…

—Está muerta —susurró ahogadamente—. Cállate. Déjala descansar.

La dama la besó en el pelo y se incorporó.

—Ya la dejo descansar —decidió—. Pero no creo que su conciencia la deje. No creo que Dios la haya recibido en su seno. Acuéstate, hijita, y descansa si puedes. Mañana será otro día.

* * *

Ya era otro día, sí. Pasaban así los días. Uno tras otro, con una monotonía exasperante.

Se hallaba en la escuela. Terminada la clase, como todos los días, recogía los cuadernos de los pupitres y los seleccionaba.



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