Dudas by Corín Tellado

Dudas by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1962-12-31T16:00:00+00:00


VII

Se disponía a dar un paseo y se dirigía a las caballerizas con el propósito de ensillar un caballo. Entraba él y salía José. Notó en este cierto sobresalto.

—¿No has dicho que te ibas, David? —preguntó José.

David se le quedó mirando interrogante. Bajo su mirada, José depuso su aspereza y esbozó una sonrisa.

—Bueno —exclamó—. No me explico qué encanto puede tener para ti todo esto.

—Uno necesita descanso de vez en cuando. Esto lo significa para mí. Pero si tú deseas que me vaya…

José se agitó.

—Qué disparate —gruñó malhumorado—. Deseo todo lo contrario. Es por ti, únicamente.

David comprendió que José estaba nervioso. Se preguntó por qué causa. Alzóse de hombros. Pensaría en ello a la par que atravesaba la campiña. Empezaba a ponerse el sol, y si se apuraba tendría tiempo suficiente para regresar antes de anochecer.

—Ensillaré un caballo —dijo apartando la vista del pétreo rostro de su hermano—. ¿Hubo mucha faena hoy?

—Siempre la hay.

Como no se iba, David, al tiempo de ensillar un potro blanco, de esbelta estampa, comentó con estudiada indiferencia, espiando a José sin que este se percatara.

—Que lástima que Blanca no pueda contemplar esta grandeza. Cuando ella muera, José, tú serás un hombre poderoso en la comarca. Claro que ya lo eres por ser su esposo, pero…

Notó que el rostro de José palidecía y se crispaba. Esperó oir una voz furiosa, pero en contra de esto, oyó una voz pausada y casi serena que decía:

—Lo que interesa es la salud de Blanca. Las tierras y el poder… son cosas que se esfuman.

—Ciertamente.

Saltó sobre el potro y agitando la mano gritó:

—Hasta luego, José.

Este no respondió. Enhiesto y firme quedó recostado en la puerta de la caballeriza, mientras David se apartaba del lugar espoleando al caballo. Al llegar a lo alto de la colina detuvo su montura haciéndola girar en redondo. Contempló el valle, sus viñedos y sus olivares, sus inmensos terrenos y la casa grande y ostentosa. Su ojos se detuvieron en la puerta de las caballerizas. Allí continuaba José, pero no estaba solo. María decía algo, inclinada sobre él, y José parecía gritar, gesticulaba, movía fuertemente la cabeza.

David hizo girar de nuevo al caballo y lo puso en dirección al pueblo. Aún tenía tres horas de día, todavía podía visitar a don Luciano Martín y preguntarle… ¿Preguntarle qué? Tendría que ser cauteloso. Había algo en todo aquel tinglado alzado en torno a la supuesta locura de Blanca, que no lo comprendía. Y había asimismo algo entre José y María, que tampoco lo comprendía. Y él estaba allí como si lo enviara la Providencia divina para evitar… ¿Evitar qué? Eso era lo que tenía que averiguar. No le cupo duda alguna de que en todo aquello había algo, si bien no acababa de comprender en qué consistía aquel algo.

Don Luciano cerraba su consulta cuando él entró.

—David Valdenebro —exclamó el anciano médico con evidente satisfacción—. ¿Cómo estás, muchacho? Pasa, pasa y toma asiento. Precisamente hoy ya se terminó la faena. Claro que es seguro que esta noche nacerá algún niño o se pondrá enfermo algún viejo.



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