Susurros en el viento by Elizabeth Haran

Susurros en el viento by Elizabeth Haran

autor:Elizabeth Haran [Haran, Elizabeth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T05:00:00+00:00


18

Cape du Couedic

—Yo no conozco tan bien la zona como Gabriel, querida —dijo Edgar mientras avanzaba entre la maleza, compuesta en su mayor parte de gruesos arbustos de eucalipto y plantas herbáceas más pequeñas. Iba atento por si veía alguna conocida que pudiera resultar útil a Carlotta.

Edgar había salido a pasear todos los días desde que habían llegado a Cape du Couedic. Pensaba que le convenía el ejercicio para estar en forma y seguir el ritmo a una esposa tan joven. Pero, más que nada, lo hacía porque con frecuencia necesitaba salir de casa para librarse de su mal genio. No obstante, siempre tenía la precaución de no alejarse del faro más de dos o tres kilómetros, para no acabar perdiéndose.

—Quizá deberías haberle pedido ayuda a Gabriel —dijo Edgar—. Esa planta para la artritis la encontré por pura chiripa.

Carlotta no quería decirle que ya se lo había pedido a Gabriel y que no se había mostrado muy receptivo.

—A lo mejor reconoces alguna otra planta —repuso, procurando ocultar su impaciencia. Edgar era un hombre instruido y sabía un montón de cosas, pero actuaba siempre con una modestia y una inseguridad irritantes. Más de una vez Carlotta se había preguntado por qué no podía ser más aplomado y seguro de sí mismo. Como Gabriel. Solo de pensar en el dominio de sí del joven farero se estremeció de excitación.

—Todavía recuerdo la primera planta que Wanupingu me enseñó —dijo Edgar, caminando por una senda que no había seguido hasta entonces: una senda abrupta usada por los ualabíes, los varanos y los canguros propios de la isla (una versión más pequeña y oscura del canguro del continente, con un pelaje más tupido). Entre la maleza vivían también zarigüeyas de cola de cepillo y bandicuts meridionales, así como ratas de pantano y seis especies distintas de murciélagos—. Me estuvo hablando de la enfermedad que prevenía esa planta y me describió los síntomas: encías sangrantes e inflamadas, pérdida de dientes, dolor y rigidez en las articulaciones y llagas que tardaban mucho en curarse. ¿Sabes qué enfermedad era?

Se detuvo y, al ver que no respondía, se volvió hacia ella, sin darse cuenta de que Carlotta estaba conteniendo a duras penas su genio. A ella no le apetecía escuchar una lección magistral sobre los beneficios de las plantas. Solo quería encontrar algo que le sirviera para librarse de la joven presidiaria.

—Escorbuto —dijo Edgar. Ella no le hizo caso, así que prosiguió—. Los marinos sufren terriblemente de escorbuto durante los viajes largos. Wanupingu me enseñó esa planta cerca de Kalgoolie, pero me dijo que también puede encontrarse en las zonas costeras. Si los marinos se hubieran acercado a la orilla y hubieran recogido esas plantas, habrían podido resistir hasta reabastecerse de frutas y verdura fresca. La planta tiene hojas delgadas y puntiagudas y una flor azul pequeña. Sería asombroso que encontráramos alguna.

Carlotta volvió la cabeza y puso los ojos en blanco.

—Sí, asombroso —dijo, sarcástica. No le interesaba en absoluto lo que Edgar estaba diciendo; lo único que le interesaba era encontrar algo que le resultara útil a ella—.



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