Si todo desapareciera by Anna Casanovas

Si todo desapareciera by Anna Casanovas

autor:Anna Casanovas [Casanovas, Anna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-11-01T04:00:00+00:00


Capítulo 15

Sean caminó acompañado por la llovizna hasta Verona. Al pasar por delante del coche en que estaban apostados los dos hombres que Valenti había asignado para que protegiesen a Alessandra cuando estuviera sola los saludó con un movimiento de cabeza. No quería delatarlos por si el acosador de Álex estuviera cerca. Aún no habían llegado a ninguna conclusión definitiva respecto a las rosas negras, ninguna pista había dado su fruto y era muy probable que no fuese nada grave, pero ninguna medida de precaución sobraba.

Ahora entendía por qué un hombre honrado cometía un delito o porque un hombre malo se volvía bueno; él no podía afirmar que amase a Alex, no había tenido el tiempo suficiente para llegar allí, pero intuía que ese era su destino. Si cerraba los ojos y pensaba en ella, lo primero que le venía a la mente era que no existía nada que no estuviese dispuesto a hacer por protegerla y hacerla feliz. Si su relación avanzaba, cuando avanzase, se corrigió mentalmente, cualquier límite desaparecería y ella, su felicidad, se convertiría en el mundo de él.

Sonrió, era irónico, él se había burlado, al menos en su cabeza, de todos aquellos policías que habían aceptado un soborno, traicionado sus principios por una cara bonita.

Abrió la puerta de Verona y encendió la pequeña lámpara de siempre. Dio unos pasos en medio del silencio y de los libros.

—Detente donde estás. —Álex le sorprendió de repente. Estaba en lo alto de la escalera, salía de la vivienda con su propia lámpara y corría descalza.

—De acuerdo, no daré ni un paso más —accedió intrigado. Ella sonaba divertida, feliz. «Sí, puedo pasarme lo que me queda de vida buscando repetir esta sensación».

—Hola.

—Hola.

Sean no se movió, Alessandra llegó a una estantería y se detuvo.

—No puedo dejar de pensar en ti —confesó ella—. No quiero dejar de pensar en ti.

La diferencia le robó el corazón.

—Yo tampoco.

—Puedes caminar —le dijo entonces ella sonrojada.

—De acuerdo —repitió y avanzó. Se detuvo a pocos centímetros de ella y separó las piernas como le enseñaron en la academia, más allá de los hombros y con los pies plantados en el suelo para aguantar cualquier embestida. Alessandra era capaz de derribarlo con solo mirarlo.

—No puedo dejar de pensar en el beso, Sean, y sé… Sé, creo… me imagino…

—Eh, tranquila. —Quiso tocarla pero se contuvo y dejó las manos a ambos lados del cuerpo—. No pasa nada. Respira y dime lo que quieres decirme. Sabes que lo entenderé.

—De eso se trata, Sean, no me has pedido ninguna explicación, no me presionas, no me miras como si estuviese mal de la cabeza.

—Tú no estás mal de la cabeza.

—Esta tarde me has visto besar a Cary Grant y minutos después te he dicho que nunca había besado a nadie.

—Esta tarde he visto que tienes un talento increíble para convertirte en otra persona, para actuar. Eres una gran actriz, Álex.

Ella se mordió el labio.

—Gracias.

—Si en la película hubieras representado el papel de una asesina, eso no significaría que lo fueras.

—No es lo mismo.



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