La ladrona de fruta by Peter Handke

La ladrona de fruta by Peter Handke

autor:Peter Handke [Peter Handke]
Format: epub
ISBN: 9788491818014
editor: Alianza Editorial
publicado: 2019-12-15T23:00:00+00:00


Y ahora su exclamación salió fuerte, pero sin convencimiento, sin sonoridad. Quizá tampoco eso era algo insólito: un cuerpo voluminoso «típico de hotelero», una caja torácica amplia, un cuello grueso, una cabeza de hotelero como en los carteles publicitarios antiguos, grande, redonda, con las mejillas rechonchas; y la voz, en cambio, la voz exclamativa de ahora, fina, extrafina, como si al mismo tiempo también se estuviera burlando de lo que exclamaba, como si no se lo acabara de tomar en serio: posiblemente, como si quisiera incluso decir lo contrario de lo que había sido tan imperioso —eso parecía— exclamar.

La aguda exclamación del director del albergue pronunciada con la voz de un niño de primero en su primer día de clase, allí, en el triángulo de las carreteras generales, decía lo siguiente: «¡Cómo echo de menos, a pesar de todo, aquí, en mi lugar, a los vecinos!» De tantas fiestas, en el vecindario ya no había ningún vecino real, que lo fuera de verdad.

Conforme seguía hablando, sin exclamar, se hizo claro que no se refería tanto a vecinos de carne y hueso como a imágenes de vecindad que recordaba de la infancia, de libros antiguos o vete a saber de dónde. Las imágenes eran, en primer lugar, de las casas vecinas y apenas de sus puertas y ventanas, por no hablar de figuras o, si acaso, siluetas, sino casi exclusivamente de los tejados y, de estos tejados, quizá de la teja de cerámica que formaba el dibujo en las tejas, intencionado o imaginario, y, luego, de la línea de las tejas de la cumbrera, una teja montada encima de la otra, primero, la teja de delante o precedente y, siguiéndola, todas las tejas de la cumbrera en fila india, como una larga cabalgata que una brida invisible mantuviera unida, de camino hacia un punto cardinal sin nombre, independiente de la eventual cruz o veleta que encima del tejado señalaba Norte-Sur-Este-Oeste. Los tejados eran los que ofrecían la imagen y el sentimiento, la imagen-sentimiento, la imagen como sentimiento de vecindad, o los que una vez lo habían ofrecido, y de los tejados, con más intensidad que cualquier otra cosa, las chimeneas, los conductos de humos, les cheminées, o, mejor dicho, el humo, el humo saliendo de las respectivas chimeneas.

Un sentimiento de comunidad a la vez que una visión muy especial era estar en la propia casa, junto a la ventana y, con el tiempo tranquilo, ver sobre los tejados de los alrededores —convertidos en alrededores justo a través de esta visión— todas las columnas verticales de humo en paralelo: con viento, todos los penachos de humo en diagonal, también paralelos; con tormenta, horizontales paralelos; copos de humo dispersándose por todas partes nada más salir de la chimenea, de la cheminée, cuando soplaba casi un huracán; y probablemente la imagen-sentimiento de máxima vecindad se diera con el tiempo calmado, despejado, cuando las columnas de humo en su conjunto permanecían casi invisibles, perceptibles —más un intuir que un ver— únicamente por el aire que



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