Shibari. Atada a tu abrazo by A. R. Cid

Shibari. Atada a tu abrazo by A. R. Cid

autor:A. R. Cid
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2016-05-15T22:00:00+00:00


Capítulo 15

Eran las diez menos cuarto. El parque estaba casi vacío y el aire frío golpeaba la poca piel que escapaba a la protección del abrigo. La noche era oscura, y Rebeca disfrutó de la tranquilidad.

Luis la observó en silencio. Era hermosa. Lucía como una gran dama envuelta en un gran abrigo negro que la cubría casi totalmente. Su pelo estaba trenzado de nuevo, pero esta vez dejaba unos pocos mechones a los lados de la cara, que se curvaban creando un marco perfecto. Apenas se había maquillado y parecía ajena a todo. Era una mujer de otra época.

Tratando de no hacer ruido se aproximó a ella por detrás y la sorprendió soplando detrás de la oreja. Rebeca se giró asustada y estuvo a punto de golpearle.

-Casi me matas del susto. – Rebeca se reía incapaz de detenerse.

-Que asustadiza… ¿También tienes cosquillas?

-¿Cómo? – Rebeca trató de escapar antes de ser atrapada y revolverse en sus brazos.

-Estás preciosa.

-Gracias tú también.

-¿Yo también? ¿Estoy preciosa?

Rebeca le miró detenidamente. Llevaba puestos unos vaqueros negros y una chaqueta de cuero. Estaba muy guapo, y sus ojos parecían brillar en la oscuridad.

-Sí, tú también estas muy guapa.

-Mala…- Eran niños amparados por la oscuridad. Estaba sonrojada, y su boca roja por el frío sonreía de oreja a oreja.

-Tú dirás que hacemos aquí.

-Veo que al final acerté. No estaba muy seguro de que fuera la empresa en la que trabajabas, pero era la única que parecía tener a mi chica misteriosa en plantilla. Gracias a ti he aprendido a hablar con las recepcionistas. Tenemos una cita.

-Te complicas mucho ¿No?

-Soy un hombre complicado. Me dejaste preocupado el otro día y quería alegrarte la mañana.

-Lo has conseguido. – Rebeca estaba decepcionada. Esperaba más sorpresas, más misterios.

-También quería mostrarte algo. – Luis agarró uno de los mechones y colocándolo tras su oreja la sorprendió con un beso. - ¿Quieres caminar?

-Claro.

Luis no permitió que cortara el contacto y envolvió su cintura con el brazo. Caminaron en silencio. El aroma a vainilla, el frescor de la noche, las luces a lo lejos, las voces de los pocos viandantes con los que se cruzaban y ellos en cambio en silencio. Un silencio cómodo, íntimo y refrescante.

Luis se detuvo entonces ante un árbol. Separándose de ella Luis empezó a escarbar en las raíces de aquel platanero y sacó una bolsa sucia de plástico. Luis rasgó la bolsa y la tiró en una de las papeleras mientras se sacudía la tierra que se había adherido al sobre que contenía. Estaba muy deteriorado, y Rebeca lo observó mientras las preguntas se amontonaban en su mirada.

Metiendo la mano en el bolsillo, Luis extrajo una extraña caja. Girándose para que ella no pudiera verlo, abrió la caja y guardó la carta dentro. Rebeca le rodeó para no perderse detalle, pero cuando llegó ya era tarde, Luis ya le tendía la caja completamente cerrada. La carta había desaparecido.

-¿Qué has hecho con el sobre?

-Lo he metido en la caja. Me gustaría que cuando llegues a casa la abras y leas la carta.



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