Ensayos literarios by Robert Louis Stevenson

Ensayos literarios by Robert Louis Stevenson

autor:Robert Louis Stevenson [Stevenson, Robert Louis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T05:00:00+00:00


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Bocetos

UN SATÍRICO

Mi amigo gozaba de una reputación barata de hombre ingenioso y perspicaz. Haciendo honor a su fama, era satírico por costumbre. Si ocasionalmente criticaba algo o a alguien que de sobras lo mereciese, se debía simplemente a que nada ni nadie escapaba a sus críticas. Cuando nos reuníamos, despachaba a San Pablo con un epigrama, socavaba mi devoción por Shakespeare con una lacónica antítesis o se indisponía con el mismo Altísimo en razón de uno o dos de sus Mandamientos. Todo era blanco de su devastadora crítica. Cada una de sus frases destronaba un ídolo o rebajaba mi estima por algún amigo. Yo miraba a mi alrededor con nuevos ojos y no podía por menos de maravillarme de mi pasada ceguera. ¿Cómo había sido posible no advertir el pelo teñido de A, el egoísmo de B o los groseros modales de C? Parecíame que, cual pareja de dioses, mi compañero y yo recorríamos las calles entre un enjambre de sabandijas; porque cuantos veíamos ostentaban en la frente el estigma de la bestia apocalíptica. Casi esperaba que, como las gentes de Lystra, aquellas miserables criaturas reconocieran en nosotros a sus superiores y nos empujaran a los altares; circunstancia que, conociendo la suerte que habían corrido Pablo y Bernabé, dudo mucho que mi natural modestia me hubiera inducido a declinar. Mas no se hizo necesaria tan impertinente virtud. Aquellas gentes, más ciegas que los mismos licaonianos, no advirtieron divinidad alguna a nuestro paso; y dado que nuestra divinidad temporal comportaba más la observación que la curación de enfermedades, nos limitamos a ignorarles con desdén.

Si no me resolví a abandonar a mi compañero no fue por un prurito de consideración o siquiera de interés, cuanto por un sentimiento muy natural, inseparable del caso. En aras de una mejor comprensión, sirva este ejemplo. Imaginaos paseando con un hombre que no deja de rociar un frasco de vitriolo sobre la muchedumbre. A buen seguro os divertirían las muecas y contorsiones de sus víctimas, y a la vez temeríais soltaros de su brazo antes de que la botella estuviera vacía, a sabiendas de que, una vez entre la multitud, también vosotros correríais el riesgo de ser bautizados con el mordiente licor. Y el vitriolo de mi amigo era inagotable.

Tal vez fuera tener conciencia de ello y el conocimiento de que yo mismo ya era ungido con la ira extraída de sus redomas lo que me indujo a criticar al crítico cuando nos separábamos.

Nuestro satírico, pensé, ha penetrado en el prójimo lo suficiente como para saber que la apariencia es falsa, pero sin preocuparse de cavar más hondo y descubrir lo que realmente es verdadero. Le basta con saber que las cosas no son lo que parecen, y de ello deduce que no existen en absoluto. También advierte que nuestras virtudes no son lo que pretenden, y por eso nos niega la posesión de toda virtud. Ha aprendido la lección según la cual no hay hombre enteramente bueno; pero ni siquiera sospecha que existe otra igualmente verdadera, a saber, que ningún hombre es enteramente malo.



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