Salamandra by José Abad

Salamandra by José Abad

autor:José Abad [Abad, José]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Almuzara
publicado: 2021-01-31T23:00:00+00:00


Capítulo 9

LA PRINCESA Y LOS DRAGONES

Mientras corría hacia el coche, gruñó: «Tenía que ocurrir». Siempre se tuerce algo; no puede escribirse una novela sin conflicto. ¡Tenía que ocurrir! Se maldijo por haberse alejado de Palermo. Para empeorar la situación, la salida de Sferracavallo se había transformado en un hervidero de excursionistas playeros en torpe retirada, aunque el haber aparcado a la entrada de la localidad le ahorraba lo peor del atasco. Al querer abrir la puerta del Fiat, la llave osó no responder a su voluntad y tuvo que golpear el techo con la palma abierta para desahogarse. Le hizo bien. En el segundo intento logró no tropezar con sus propios movimientos. Nada más subir, sacó la Beretta de la guantera y la puso en el asiento de al lado, debajo del periódico de la mañana.

¿No estaba exagerando? ¿Y si fuera una falsa alarma?

Me cago en dios, tronó, los dientes apretados.

Una brusca maniobra puso en guardia a un conductor y el titubeo de este último le permitió incorporarse al carril. Raven lo escuchó preguntarse en voz alta qué le pasa a este chalado… Dar la vuelta al vehículo no fue sencillo. Probó una vez, dos veces. Los que venían en sentido contrario no le dejaban espacio y detrás se oían los sones de un puñado de conductores airados, de modo que lanzó el morro contra un Renault anónimo, consiguió que frenara, retrocedió con idénticos malos modos y giró el volante para cambiar el sentido de la marcha de un tirón; los neumáticos sacaron un chirrido a la pizarra de la tarde. Esos pocos minutos bastaron para hacerle sudar.

Cuando salía de Sferracavallo, Valentina empezó a quedarse atrás. Aceleró y ella se quedó un poco más atrás. Adelantó a una furgoneta y el impacto del sol en el retrovisor fue como un fogonazo de lucidez. El teléfono tembló en el bolsillo: ¡Virginia!

—Estoy llegando, estoy llegando, ¿cómo estáis?

Hemos llegado a la pensión, pero esto no me gusta.

—¿Qué quiere decir que no te gusta?

La dueña, la de recepción, está asustada.

A Raven no se le ocurrió una pregunta mejor:

—¿Qué quiere decir que está asustada?

Pues eso, ¡joder!, que tiene miedo.

—Vale, vale, vale. ¿Estáis en vuestro cuarto?

Sí, pero Davide se ha asomado por la ventana y dice que los tipos de antes están afuera. Ahora son tres.

—Espera, espera, espera.

Raven puso ambas manos en el volante y descargó el peso del cuerpo en la bocina. Un viejo armatoste se había incorporado a la carretera por una vía lateral y tuvo que frenar bruscamente. Retomó la conversación:

—Dices que ahora son tres…

¿Podríamos llamar a la policía?

—No creo que a tu padre le guste la idea.

¡Tarde! Demasiado tarde. Los frenos reaccionaron, pero la orden había partido tarde. Un volantazo en el último momento evitó la colisión. Raven rozó el flanco izquierdo de un taxi, que se detuvo en espera de que él lo secundara. Aceleró. Había doscientos metros libres por delante y aceleró para que el taxista no pudiera leer la matrícula. Cuando llegó donde los coches ronroneaban, invadió el carril



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