Ruinas by Rosalía de Castro

Ruinas by Rosalía de Castro

autor:Rosalía de Castro [Castro, Rosalía de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1866-01-01T05:00:00+00:00


Doña Isabel fue aplaudida como lo era siempre en tales casos; pero, a pesar de su triunfo, no pudo dormir en toda la noche, pensando en la desgracia de Montenegro y juzgándola casi irremediable.

Cuando don Braulio vino a verla al otro día se lo contó todo, con muestras de la mayor aflicción.

—Nuestro amigo, está perdido —le dijo por último—. ¿Qué le parece a usted? ¡Perdido por una mocosuela bailadora de vals, que le echa en cara que no tiene zapatos!… ¡Si yo fuese joven…, don Braulio! La verdad diré como si estuviese para morir: yo he sido siempre muy quisquillosa en materia de gustos, y quizá es por esto porque la figura de Montenegro no me choca ni pizca, a pesar de su barba dorada y de su arrogante apostura; pero si yo fuese hoy joven, repito, hubiera sido capaz de ofrecerle mi mano a fin de que diese un bofetón al mundo; mas no hay que pensar en eso; esa chiquilla le desprecia, y se acabó. Montenegro será capaz de morirse de pena.

Así habló doña Isabel; pero con gran asombro vio que don Braulio no se irritaba como ella, que permanecía impasible, ni más ni menos que si se tratase de la indigestión de algún caballerote de la villa; no pudo, pues, menos que exclamar un poco enojada:

—¿Y usted no dice nada? ¿Si querrá usted también abandonar al pobre Montenegro? No es cosa de chanza, no lo crea usted, debe estar enfermo el infeliz, y desesperado, pues cuando salió ayer de la tertulia llevaba el rostro desencajado y cadavérico.

Don Braulio se levantó al oír esto, y dijo sonriendo:

—Entonces es preciso que vayamos a su casa y que le salvemos. Ligerito, ligerito.

—¡Bendito sea Dios! Ya me parecía que no podría usted haber cambiado tan pronto; pero eso de salvaje es demasiado. Sólo siendo muy rico y viajando podría llegar a olvidar a esa mujer, que conozco le ha herido en la mitad del corazón.

—Pues será rico, y viajará, y olvidará a esa mujer, que tiene más humos que una duquesa y que parece un chorlito.

—¿Qué me dice usted? ¿Sus parientes consentirán acaso buenamente en devolverle aunque no sea más que parte de sus bienes?

—¡Qué, señora! Tanto valdría decirle a un gato hambriento que soltase buenamente el pez que hubiese robado; pero, en fin, señora, sépalo usted de una vez. ¡Don Braulio es otra vez rico! No tanto como lo ha sido, pero bastante para hacer felices a más de cuatro desdichados. Ya no dará banquetes, exceptuando uno…; pero sabrá repartir lo que Dios le ha dado.

Doña Isabel quedó al pronto muda de admiración; después bendijo a Dios porque empezaba a premiar en la tierra a aquel sencillo corazón, y, por último, le preguntó, sin temor a parecerle indiscreta, cómo había acontecido aquel milagro. Don Braulio le respondió:

—Hablaremos por el camino para no perder tiempo. ¡Quién sabe lo que estará sufriendo ese pobre caballero!

Doña Isabel cogió inmediatamente su gran paraguas, arregló su tupé y bajaron la pequeña y estrecha escalera; mas



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