Romina by Fortunata Barrios

Romina by Fortunata Barrios

autor:Fortunata Barrios [Barrios, Fortunata]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-05-18T04:00:00+00:00


Capítulo VII

Amor en el aire

Cuando Daniela llegó a casa me encontró envuelta en mi bata de raso lila bailando y cantando Si me dejas ahora, que sonaba en La Inolvidable a todo volumen. La sensación de libertad y la constatación de no estar sola en esta vida, porque existían ella y Roberto, me habían llenado de esa mezcla cursi de exaltación y melancolía que me unía, para muchos incomprensiblemente, a las baladas. Le conté lo de Roberto —la noche en el Country, la incursión a Santa Catalina, el hotelito de mala muerte— y el próximo desayuno con Mateo.

—Yo te tengo —me dijo— una noticia pesada y otra divertida. La mala: se ha inundado el sótano de la casa de La Isla y los dueños y el ingeniero nos esperan mañana a mediodía para ver qué hacemos. La buena: ahorita llega mi amiga Andrea con su set de juguetes eróticos Sexy Shower. ¿Esto merece un vinito?

Minutos después se abrió la puerta del ascensor, desde donde Andrea y una gran maleta de aluminio rosado salieron a duras penas.

—Vamos en orden, chicas —nos dijo, mientras sacaba del equipaje una tela, que parecía la de mi bata, para extenderla sobre el piso de la sala.

Luego desenvolvió una manta aterciopelada y dispuso uno por uno varios dildos de vidrio, con formas y colores lindísimos, que me parecieron objetos decorativos para una mesa de sala.

—Hasta ahora nadie me compra uno. Dicen que son muy fríos, que se pueden romper adentro… pero es pura ignorancia.

Después de antifaces y plumas acariciadoras, nos mostró los disfraces para satisfacer las típicas fantasías de los caballeros.

Inmediatamente separé uno de enfermera y otro de gata, con Roberto en mente. Luego nos mostró unos aros vibradores rosados de silicona blanda para colocar en la base del pene. Acaparé tres: uno pensando en Roberto, otro para Mateo y el tercero por si acaso (Daniela y Andrea me observaron admiradas). Me intrigaron unas bolas de jebe, ligeramente espinosas, unidas a distancias simétricas por un cordón.

—¿Y esto para qué? —preguntamos Daniela y yo.

—Se introducen por atrás, una por una, y luego se las va sacando, jalando la pitita. Es buenazo.

Reviví con placer el dedo avezado de Roberto aventurándose por ahí, pero me sentí un poco inhibida. Puedo llamarla después, pensé.

Siguió la gama de juguetes a pilas: penes chicos, medianos y grandes, solo vibrantes, solo ondulantes, vibrantes y ondulantes.

Daniela eligió uno rojo a control remoto. Yo no dudé: el llamado «pájaro carpintero», un ejemplar azul de tamaño regular, con doble pico, uno en la punta para estimular el famoso punto G y otro más abajo para actuar sobre el clítoris, y controles en el mango para graduar los niveles de vibración y oscilación. Me tentó también un calzón de chocolate, que imaginé lamido vorazmente por Mateo después del desayuno, pero mis inquietudes sobre la calidad del cacao me desanimaron. Después de cremitas, aromas y lubricantes varios, Andrea anunció:

—Finalmente, ¡les presento a Fabio!

De una caja rectangular con la foto de un fortachón impresa por todos sus lados, sacó un falo descomunal.



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