Rojo y negro by Stendhal

Rojo y negro by Stendhal

autor:Stendhal [Stendhal]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1830-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo V. La sensibilidad y una gran dama devota

Allí una idea algo expresiva parece una grosería de tan acostumbrados como están a las ideas chatas. ¡Desgraciado de quien invente al hablar!

FAUBLAS

Tras varios meses de pruebas, este es el punto en que estaba Julien el día en que el intendente de la casa le entregó el sueldo del tercer trimestre. El señor de La Mole había puesto a su cargo la administración de sus tierras de Bretaña y Normandía. Julien viajaba con frecuencia a ellas. Era el encargado principal de la correspondencia relacionada con el famoso pleito con el padre de Frilair; el padre Pirard lo había puesto al tanto.

Con las breves notas que el marqués garabateaba al margen de papeles de todo tipo que le enviaban, Julien redactaba cartas la mayoría de las cuales el marqués firmaba.

En la escuela de teología, sus profesores se quejaban de su poca asiduidad, pero no por eso dejaban de considerarlo uno de sus alumnos más destacados. Estas diversas tareas, acogidas con todo el ardor de la ambición doliente, no habían tardado en dejar a Julien sin los lozanos colores que había traído de provincias. Su palidez era un mérito desde el punto de vista de los jóvenes seminaristas compañeros suyos; a él le parecían mucho menos ruines que los de Besançon y ellos creían que estaba enfermo del pecho. El marqués le había regalado un caballo.

Temeroso de que se encontrasen con él cuando montaba, Julien les había dicho que era un ejercicio que le recetaban los médicos. El padre Pirard lo había llevado a diversos círculos jansenistas. Julien se quedó asombrado; la idea de la religión iba inevitablemente unida en su pensamiento a la idea de la hipocresía y de la esperanza de ganar dinero. Admiró a esos hombres piadosos y severos que no piensan en los presupuestos. Varios jansenistas le cobraron afecto y le daban consejos. Se abría ante él un mundo nuevo. Conoció, en los ambientes jansenistas, a un tal conde Altamira que medía casi seis pies, un liberal condenado a muerte en su país y devoto. Ese curioso contraste, la devoción y el amor por la libertad, lo dejó impresionado.

Las relaciones entre Julien y el joven conde eran tensas. A Norbert le había parecido que contestaba con demasiado desahogo a las bromas de algunos de sus amigos. Julien, tras haber pecado una o dos veces contra las conveniencias, se había impuesto la prohibición de dirigirle la palabra a la señorita Mathilde. En el palacete de La Mole todo el mundo seguía siendo correctísimo con él, pero notaba que le hacían de menos. Su sentido común provinciano explicaba el caso con el dicho de la gente de la calle: al principio, lo nuevo siempre gusta.

Quizá veía las cosas con más claridad que en los primeros días; o se habría pasado ya el primer embeleso fruto de la urbanidad parisina.

En cuanto dejaba de trabajar, se adueñaba de él un aburrimiento mortal; tal es el efecto desecador de esa cortesía admirable, pero tan medida, tan perfectamente graduada según el rango, característica de la alta sociedad.



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