Retazos de placer by Ada Miller

Retazos de placer by Ada Miller

autor:Ada Miller [Miller, Ada]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1978-01-01T05:00:00+00:00


4

Había una semipenumbra en él cuarto cuando ella empujó la puerta y hubo de mirar a un lado y otro para hallar la figura de Mac.

Una luz mortecina partía rojiza de una esquina, dando al cuarto una tenue palpitación de intimidad.

—Cierra la puerta y pasa a! pestillo —le siseó él.

Estaba en el lecho.

Desnudo el tórax, velludo como el de Peter, ancho y fuerte, con un pelo rabio rizado cayéndole un poco hacia la frente, lo vio alargar la mano como sí quisiera apresarla de inmediato.

Eva se estremeció, pero pensando que no sería, no, como Paul. Aquel muchacho que más que pensar en sí mismo, la había amado tanto que había pensado más en ella que en todo lo que le rodeaba, hasta hacerla estremecedoramente feliz.

En aquel instante hubiera dado algo por no hacer comparaciones. Pero le era de todo punto imposible desviarlas de su mente.

—Vamos, acércate... —susurró él.

Ella obedeció.

Sus movimientos eran automáticos, se diría que te mía que llegara el momento de la entrega para recibir, como otras veces, una decepción.

De repente él saltó del lecho y se acercó a ella. Sus dedos se enredaban en los botones del uniformé. Se metían atropellados por entre las ropas y la piel y se deslizaban hasta sus senos. Eva se agitó y con una

morbosidad sosegada, más lenta cuanto más morbosa, se oprimió contra él.

Mac la fue empujando hacia la pared.

—¿Qué haces? —siseó ella, asustada.

Él no le hizo caso. Le quitó el sujetador y lo tiró al suelo. Los senos quedaron libres, túrgidos, arrogantes y retadores.

—¿Es la primera vez? —preguntó Mac sofocado.

Y le acariciaba los muslos suave, incesantemente.

Pareció que iba a aplastarla contra la pared. Dio

unas sacudidas y Eva lanzó un gemido, seguido de un suspiro prolongado y ahogante.

Cerró los ojos. Sentía en su boca el sabor de un beso, la lengua se enredaba en la suya.

No pudo evitar, así con los ojos cerrados, sintiendo el placer que la sacudía de pies a cabeza, hacer comparaciones.

Eran dolorosas.

Sin duda con Paul había un sentimiento. Todo aquello que hacía Mac, con ser casi perfecto, la dejaba a ella físicamente satisfecha, pero moralmente destrozada, porque no quería tener en mente aquel recuerdo, aquella ansiedad, aquella profunda evocación.

Luego Mac la miró en la penumbra.

—Eres divina —ponderó.

Y de nuevo la abrazó.

—Vamos a jugar un poco y luego... Pero ahora tengo que reponerme —dijo, sofocado.

«Con el tiempo —pensó Eva, desolada—, será un impotente como su padre.»

Y no sabía ciertamente por qué pensaba aquello, pues Mac casi, casi había sido perfecto. Y si ella no hubiera tenido el recuerdo en todo su ser, aquel inmenso y largo recuerdo de Paul, hubiera estado segura de que Mac, como amante, era una verdadera maravilla.

Pero no lo pensaba.

Cuando le rodó el cuello con sus brazos, perdidos los dos en el lecho retorciéndose, Eva hubiera dado

algo por borrar aquel recuerdo que cuanto más era de un hombre, más patente y vivo se hacía.

El prado, la hierba seca, los manzanos despidiendo aromas deliciosos, los amaneceres, los días soleados en los senderos...

¡Tres meses inolvidables!

¿Sólo porque fueron



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