Rencor by Gianrico Carofiglio

Rencor by Gianrico Carofiglio

autor:Gianrico Carofiglio [Carofiglio, Gianrico]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-15T00:00:00+00:00


* * *

Al día siguiente, a eso de las ocho, cogí un coche de alquiler compartido y llegué a vía de Moscova. Tuve que dar vueltas a la manzana durante más de media hora hasta que encontré un lugar adecuado para mis propósitos, pero finalmente aparqué el coche, me senté en la posición más cómoda para observar y saqué de mi mochila El placer de mi compañía, de Steve Martin, el libro que me había regalado Alessandro y que yo había traído para hacer la espera menos aburrida.

Tres horas, unas cincuenta páginas (de esas que te hacen pensar que te gustaría conocer al autor) y varios cigarrillos después, habiendo visto toda clase de hombres y mujeres entrar y salir del portal, pero nadie que se pareciera aunque fuera vagamente a Lisa Sereni, decidí que ya era suficiente y que lo volvería a intentar por la tarde.

Volví sobre las cuatro y esta vez tuve suerte con el aparcamiento; poco después tuve suerte también con mi objetivo. Acababa de abrir el libro cuando Lisa Sereni —era ella, sin la menor duda— salió del edificio. Llevaba el pelo recogido en una coleta que le daba un aire muy juvenil; vestía un anorak y, debajo, una sudadera gris, como si fuera al gimnasio, pero no llevaba mochila ni bolsa de deporte. En lugar de eso tiraba de un carrito de la compra de aspecto anticuado y alegre que despertó de inmediato mis simpatías.

Salí del coche cogiendo la bolsa con mi ropa para seguimiento, le di treinta metros de ventaja y luego empecé a seguirla. Caminamos durante siete u ocho minutos hasta que llegamos a un supermercado ecológico de la misma cadena que el que estaba cerca de mi casa, donde solía abastecerme de todo lo necesario. Ella entró, yo me puse un impermeable de color claro sobre la chaqueta negra, unas gafas graduadas —falsas pero llamativas— y un sombrero de fieltro en la cabeza. Luego la seguí al interior.

Los supermercados son buenos lugares para observar a los sujetos vigilados. Nadie se fija en los demás, a menos que tropiece con ellos. Así que pude acercarme, observarla bien —era realmente guapa y aparentaba aún menos edad de la que tenía— y prestar atención a lo que elegía. Fue como si estuviera usando una lista de la compra escrita por la mismísima Penelope Spada: nueces, kéfir, aceite de sésamo, quinoa, semillas de chía, col rizada, té verde. En un momento dado cogió de un estante una salsa picante coreana, muy buena, cuya existencia creía conocer solo yo en toda Lombardía y alrededores. Yo también aproveché para procurarme la cena. Compré menos que ella, pero al final nuestros carritos parecían los de dos integrantes de la misma secta de fanáticos.

Incluso estuve tentada de hablar con ella acerca de algunos productos, pero me contuve: no hay que exagerar, es precisamente la propensión incontrolada a hacerlo lo que me ha complicado —me encantan los eufemismos— la vida.

Llegamos a la caja casi juntas y en el momento de pagar me



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