Regreso a Birchwood by John Banville

Regreso a Birchwood by John Banville

autor:John Banville [Banville, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1973-07-10T04:00:00+00:00


La nieve se derritió, la tierra volvió a la vida. La primavera llegó temprano. En marzo hubo un breve remedo de verano, unos días extraños y balsámicos, tranquilos y bochornosos. Habría preferido los vientos cortantes de otros años. Mamá se siguió hundiendo poco a poco en las profundidades de su nuevo mundo. En su enfermedad había algo caprichoso y malévolo, un aire cómplice y reservado, como si fuera ella quien nos siguiera la corriente a nosotros. Se reía en voz baja, y sonreía de una manera vaga, misteriosa, más allá de nosotros, destrozando una servilleta de papel bajo la mesa, cuyos fragmentos húmedos caían al suelo como los añicos de su propia angustia. Algunos días recorría la casa furiosa, una asombrosa réplica de la abuela Godkin, y otros era una caricatura sollozante de su amable yo. Su locura resultaba innegable y, sin embargo, en nuestros corazones, intentábamos, con una desesperada despreocupación, refutarla. Pero ninguno de nosotros estaba realmente cuerdo, de eso estoy seguro, ninguno de los Godkin ni de su parentela. Tía Martha, durante nuestras cada vez más escasas clases particulares, era propensa a caer en un repentino silencio o en injustificables arrebatos de miedo, y, a menudo, con los ojos apretados y moviendo la boca de manera tensa, me interrogaba sobre las actividades de algún día que yo ya había olvidado. Mis respuestas desganadas provocaban en ella una punzante sospecha, aunque ignoro qué sospechaba. Ahora libraba interminables batallas con papá por los misteriosos términos de su testamento. Su hijo también cultivaba nuevas rarezas, y se le veía enfurruñado en el jardín, entre los arbustos, en lo alto de las escaleras al crepúsculo, ensimismado y ausente, mirándome con disimulo bajo sus cejas pálidas. Comenzaba a preguntarme si todos ellos no compartían un secreto del que yo estaba excluido, y mis pensamientos volvían una y otra vez a mi hermana perdida, de cuya existencia estaba convencido, pero de una manera irreal, distante, que no sé explicar.

En la festividad de San Gabriel Arcángel mi padre me colocó una temblorosa mano en el hombro y me llevó a la biblioteca para que mantuviéramos una pequeña charla, como él la llamó. Me pidió que me sentara en una silla recta frente a su escritorio mientras con parsimoniosa solemnidad cerraba la puerta con llave y se introducía esta en el bolsillo. A continuación se sentó delante de mí con los puños apretados sobre la mesa, hizo una mueca para ahogar un agrio eructo y durante un instante me dirigió una de sus temibles y frías sonrisas. Ya estaba medio borracho.

—¿Y bien, Gabriel? —comenzó efusivamente—. Supongo que sabes de qué vamos a hablar. Te he dado bastantes pistas, ¿eh? ¿No? Oh… Oh, bueno.

Sus ojos se apartaron de los míos y se desplazaron apáticos hacia la ventana. Era un día luminoso e inquieto, lleno de viento y de una luz neblinosa. La visión del jardín primaveral, lleno de color, pareció irritarle. Abrió los puños y tamborileó los dedos sobre el cartapacio verde, observándome con una ceja levantada y mostrando un colmillo.



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