Perdido by Maggie Stiefvater

Perdido by Maggie Stiefvater

autor:Maggie Stiefvater [Stiefvater, Maggie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2014-06-30T16:00:00+00:00


capítulo veintitrés

Cole

Tras terminar la edición del programa, antes de que Isabel saliese del trabajo, estuve pasando el rato con Jeremy en su maltrecha camioneta, que estacionamos en un aparcamiento de la playa. Habíamos ido los dos solos. Le había dicho a Leyla que se llevara el Saturn, pues necesitaba que desapareciesen de mi vista, tanto ella como el coche.

Sonidos: tráfico, el estéreo de alguien, olas y restallidos de antebrazos que golpeaban una pelota de voleibol. Yo estaba tumbado en la plataforma de carga de la camioneta, sobre una lona reseca y arrugada, y Jeremy se había sentado frente a mí, en una rueda, mirando el mar. Por encima, el sol atravesaba las blancas estelas de los aviones y cuarteaba el asfalto. Duraba en mí la excitación de haber tocado, y me habría apetecido una cerveza. Jeremy me ofreció un poco de té helado sin azúcar.

—Qué aseo de pócima —protesté, pero tomé la jarra y me la coloqué junto a la cabeza para refrescarme.

Durante unos largos minutos, Jeremy y yo nos hicimos compañía sin hablar de nada en especial. Jeremy echó la cabeza hacia atrás y contempló el cielo; parecía un australiano curtido por el sol. Cerré los ojos y permití que la luz me calentara los párpados. Allí, junto a Jeremy, no me habría costado nada olvidar los tres años anteriores de mi vida y volver a empezar, libre de cargas y pecados. Solo que entonces no habría conocido a Isabel ni me encontraría en California.

Me pregunté si habría una ruta más directa para alcanzar aquel punto. Quizá existiera y la hubiese pasado por alto. Quizá, si hubiese seguido recto, sin desvíos que lo echaran todo a perder, habría conocido a Isabel en un concierto.

Pero no. A ella no le gustaban los conciertos. Y a mí tampoco.

Pensé en las tres chicas que habían aparecido en mi apartamento. Nunca serían como Isabel, ni Isabel sería como ellas.

No lograba mantener los ojos cerrados por más tiempo, pues, en lugar de tranquilizarse, mi mente se aceleraba cada vez más. Los abrí y di je:

—Ahora todas las chicas me parecen viejas. No sé desde cuándo ni por qué. Pero, cuando las miro, lo único que veo es el aspecto que tendrán cuando cumplan los cuarenta. Es el peor superpoder imaginable.

—¿De verdad? —respondió Jeremy, meditabundo—. Pues a mí me pasa lo contrario: cuando miro a alguien, lo veo de niño. Me ocurre desde el colegio, más o menos. No importa lo que esté haciendo la persona ni la edad que tenga: la veo en su niñez.

—Qué horror. ¿Cómo mandar a alguien a la mierda si lo que ves en él es un bebé?

—Justo —admitió Jeremy.

—Cuéntame. ¿Por qué Leyla es tan insoportable?

—Ya sabes que no me gusta juzgar a la gente.

—Todos hacemos cosas que no nos gusta hacer.

Jeremy arrancó del neumático un hilo de goma y me lo lanzó al pecho.

—Leyla no es de nuestro rollo. Su estilo no nos pega.

—¿Por lo musical? ¿Por su manera de ser?

—Preferiría no caer en perjurio.

—¡Venga ya! Seguro que ni siquiera sabes lo que significa «perjurio».



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