La llamada de la selva by Jack London

La llamada de la selva by Jack London

autor:Jack London [London, Jack]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Ficción, Acción y Aventura, Cuentos y Novelas cortas
editor: Feedbooks
publicado: 1903-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 6 Por el amor de un hombre

Cuando en el pasado mes de diciembre a John Thornton se le congelaron los pies, sus socios lo dejaron bien instalado para que se recuperase y se fueron río arriba en busca de una balsa de troncos a Dawson. Todavía cojeaba un poco cuando rescató a Buck, pero con la llegada del buen tiempo se recuperó por completo. Y fue allí donde Buck, tumbado a la orilla del río durante los largos días de primavera, contemplando el discurrir del agua, escuchando perezosamente los trinos de los pájaros y el murmullo de la naturaleza, fue recobrando gradualmente las energías.

Un descanso viene muy bien después de haber viajado cinco mil quinientos kilómetros, y hay que admitir que Buck se volvió holgazán mientras las heridas cicatrizaban, recobraba la musculatura y la carne volvía a cubrirle los huesos. La verdad es que todos (Buck, John Thornton, Skeet y Nig) se dieron la gran vida mientras aguardaban el retorno de la balsa que debía llevarlos a Dawson. Skeet era una perrita setter que de entrada quiso hacer migas con Buck y, a cuyos avances, Buck, casi moribundo entonces, no estuvo en condiciones de oponerse. Tenía ese rasgo protector en exceso que distingue a algunos perros; y del mismo modo que una gata limpia a sus gatitos, lamía y limpiaba las heridas de Buck. Todas las mañanas, en cuanto Buck termina ba el desayuno, se entregaba a su tarea, y Buck acabó por esperar sus atenciones tanto como las de Thornton. Nig, igualmente afable, aunque lo demostraba menos, era un enorme perro negro, mitad sabueso, mitad lebrel, con ojos que reían y un inagotable buen talante.

Para sorpresa de Buck, ninguno de los dos perros tuvo celos de él. Parecían compartir la bondad y generosidad de John Thornton. A medida que Buck iba recobrando las fuerzas, le proponían toda clase de juegos absurdos, en los que el propio John Thornton tomaba parte; y así, retozando alegremente, pasó Buck su convalecencia y entró en una nueva vida. El amor, un genuino amor apasionado, lo invadió por vez primera. No lo había sentido nunca en la casa del juez Miller, allá en el soleado valle de Santa Clara. Cazaba y paseaba con los hijos del juez y mantenía con ellos una relación funcional; con los nietos, una especie de pretenciosa tutela, y con el propio juez, una digna y respetable amistad. Pero el amor hecho de fiebre y fuego, que es adoración y locura, sólo lo había sentido cuando apareció John Thornton.

Era el hombre que le había salvado la vida, lo que no era poco, pero además, era el amo ideal. Otros hombres se ocupaban de sus perros por sentido del deber y por conveniencia; pero éste lo hacía como si fueran sus propios hijos, porque le salía del alma. Y más aún. Nunca dejaba de saludarlos con dulzura o de dirigirles una palabra de aliento, y cuando se sentaba a hablar con ellos (a 'charlar', como él decía) era tan gratificante para él como para sus animales.



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