Obras Completas vol. X by Gabriel Miró

Obras Completas vol. X by Gabriel Miró

autor:Gabriel Miró [Miró, Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788726508772
editor: SAGA Egmont
publicado: 2023-09-07T08:25:53+00:00


VII. ⸝ La casa de los hijos.

Pronunciar el nombre de don Alvaro, oír su voz y sus pisadas, nada más presentirle, era para Paulina de un delicioso sobresalto. Amábale hasta dolerle el corazón de tanto ímpetu; pero el nombre, el recuerdo y el anuncio del amado le prometían mayores bienes y dulzuras que su misma presencia. Alzábase llena de júbilo para recibirle, y palpitaba como si fuera a rompérsele la vida. La honesta lumbre de sus ojos, el temblor de su boca y de sus pechos, su palidez apasionada, toda la transfiguración de la doncella convidaban a un exaltado acogimiento de amor; y aparecía don Alvaro, yquedábase contenida y callada. Hasta la gloria del pasado del caballero, que ungía su frontal ancho, duro y pálido, se iba quedando en el vestíbulo, colgada de su hongo de color de café.

A veces, don Alvaro parecía sólo de hueso y de barba, con el pliegue de su ceño indomable.

Acercábase el día de los desposorios; yuna tarde paróse una tartana negra en el portal ydescendió el penitenciario seguido del novio. Estaba Paulina con Jimena ytía Corazón, que vino a traerle su regalo de bodas, repasando galas marchitas de la madre; ydon Daniel las contemplaba desde el sofá, evocando blandamente la hermosura de la esposa muerta.

Ni el canónigo ni don Alvaro quisieron sentarse, pidiéndoles que todo lo dejaran por acompañarles a Oleza.

Presentó don Daniel a su prima, ydolióse de que don Alvaro la tratara yacon el desabrimiento de don Cruz yde todos sus amigos.

Es verdad que don Alvaro sentíase impaciente porque Elvira les aguardaba en la nueva casa.

No le entendía don Daniel. En cambio, Paulina se entusiasmó, aunque dándole quejas de que no la previniese de la llegada de la forastera.

–Todo se hizo así–medió don Cruz–por el gusto de sorprenderte.

Pero don Daniel era el pasmado. ¿De qué casa decían?

El señor penitenciario hizo delicadas bromas.

–¿Piensa don Daniel que a nosotros se nos había de apagar la lámpara como a las vírgenes fatuas?

–¿Qué lámpara?

–¡Ay, que no nos conoce! ¡Ustedes se estaban muy quietos y nosotros trabajando la viña! ¡Vengan, vengan y verán!

– Pero ¿adónde, Señor? ¿De qué casa me hablan?

–¡Vengan, vengan!–les requería don Cruz, y ladeaba su cráneo y movía el índice llamándoles con candorosa malicia.

El hidalgo le siguió dócilmente sin cuidarse de despedirse de doña Corazón. Le retuvo Jimena para trocarle el calzado y cepillar su sombrero.

Paulina besó muy de prisa a la cerera, pidiéndole que la perdonara. Don Alvaro la llamó.

–Eso no es un novio; eso es un amo–y la Jimena se estrujó las randas de su delantal.

En el camino explicó don Cruz las ventajas del piso de los novios. Adivinó Paulina la angustia del padre, y mostróse animosa y ávida de verlo y alhajarlo todo; y volvíase a él confortándole con su sonrisa; y le tomaba las manos, acariciándoselas.

Don Daniel se hundía en el asiento. Don Cruz le miraba intensamente.

–¿Qué nos dice, qué nos dice don Daniel? ¡Daniel, nombre de elegido, nombre de esforzado!

Escuchóse la voz del esforzado, pequeñita y ahogada.

–Pero ¿es que no



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