Mujeres by Charles Bukowski

Mujeres by Charles Bukowski

autor:Charles Bukowski [Bukowski, Charles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1979-01-01T05:00:00+00:00


67

—¿Queréis beber algo? —dijo Marty.

—Tomaré una cerveza —dije yo.

—Yo tomaré un Stinger —dijo Tammie.

—Busca un asiento para ella —le dije a Marty.

—Está bien, la colocaremos en algún sitio. Todo está lleno a rebosar. Hemos tenido que devolver dinero de entradas. Falta media hora para que salgas.

—Quiero presentarle Chinaski a la audiencia —dijo Tammie.

—¿Estás de acuerdo? —preguntó Marty.

—De acuerdo.

Fuera tenían a un chaval con una guitarra, Dinky Summers, y la muchedumbre le estaba sacando las tripas. Ocho años atrás Dinky había conseguido un disco de oro, pero desde entonces nada más.

Marty cogió un telefonillo y dijo:

—¿Oye, suena tan mal ese tío como parece desde aquí?

Oímos una voz femenina por el telefonillo:

—Es terrible.

Marty colgó.

—¡Queremos a Chinaski! —aullaban.

—Está bien —oímos a Dinky—, Chinaski viene ahora.

Empezó a cantar otra vez. Estaban borrachos. Abuchearon y silbaron. Dinky siguió cantando. Acabó y se fue del escenario. Uno nunca sabía. Algunos días era mejor no salir de la cama.

Se oyó una llamada en la puerta. Era Dinky con sus zapatillas de tenis rojas, blancas y azules, su camiseta blanca, collares y un sombrero marrón de fieltro. El sombrero reposaba sobre una masa de rizos rubios. En la camiseta ponía: «Dios es Amor».

Dinky nos miró.

—¿Estuve realmente tan mal? Quiero saberlo. ¿Estuve realmente tan mal?

Nadie contestó.

Dinky me miró.

—¿Hank, estuve tan mal?

—La tropa está borracha. Es carnaval.

—Quiero saber si estuve mal o no.

—Tómate un trago.

—Tengo que ir a buscar a mi chica —dijo Dinky—, está ahí fuera sola.

—Bueno —dije—, vamos para el ruedo.

—Muy bien —dijo Marty—, entra ya.

—Yo lo presento —dijo Tammie.

Salí con ella. Mientras nos acercábamos al escenario nos vieron y empezaron a gritar y a desgañitarse. Las botellas se cayeron de las mesas. Hubo una primera pelea. Los chicos de la oficina de correos nunca lo hubieran creído.

Tammie se acercó al micrófono.

—Señoras y caballeros —dijo—, Henry Chinaski no ha podido venir esta noche…

Hubo un silencio.

Entonces dijo:

—Señoras y caballeros, ¡Henry Chinaski!

Me acerqué. Me ovacionaron. Todavía no había hecho nada. Cogí el micrófono:

—Hola, soy Henry Chinaski.

El lugar tembló con el fragor. Yo no tenía que hacer nada. Ellos lo hacían todo. Pero tenías que andarte con cuidado. Bebidos como estaban podían inmediatamente detectar cualquier gesto falso, cualquier palabra falsa. Nunca podías desestimar a un público. Habían pagado para entrar; habían pagado las bebidas; querían obtener algo a cambio, y si no se lo dabas te correrían a leches hasta el océano.

Había una nevera en el escenario. La abrí. Debía haber por lo menos 40 botellas de cerveza. Me incliné y cogí una, quité la chapa y pegué un trago.

Entonces alguien de abajo soltó un bramido:

—¡Hey, Chinaski, nosotros estamos pagando las bebidas!

Era un tío gordo de la primera fila con traje de cartero.

Me acerqué a la nevera y saqué una cerveza. Fui hasta allí y se la alcancé. Luego volví a por más cervezas y se las pasé a la gente de la primera fila.

—Eh, ¿y nosotros qué? —se oyó una voz por atrás.

Cogí una botella y la lancé por el aire. Tiré unas cuantas más. Eran buenos. Las cazaban todas. Entonces una se me escapó de la mano y se fue volando.



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