Monsieur by Emma Becker

Monsieur by Emma Becker

autor:Emma Becker [Becker, Emma]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-31T05:00:00+00:00


Más de una semana sin él, ocho días exactamente desde la última vez que lo oí, llego incluso a acosar a Monsieur en su clínica, desnuda y grotesca en mi jardín para estar segura de tener toda la cobertura del mundo. Doy saltitos con nerviosismo de un pie al otro mientras una grabación me propone pulsar 1 para las enfermeras, 2 para las enfermeras. No hay una tecla para acceder a Monsieur.

La prueba de la secretaria me precipita al borde de la angustia. No había pensado en el papel que tendría que representar, en sus implicaciones: preguntar por el doctor S., con la voz de una chica que no hubiese tenido su cuerpo encima del suyo. Sentirme obligada a justificarme torpemente, inventar a toda velocidad unas radiografías que me hubiesen prometido comentar, decir que él me había pedido que lo llamara —yo que ni siquiera me he hecho nunca un esguince—. Soy la peor cuentista que conozco.

—¿De parte de…?

La señorita Becker. No es en absoluto un nombre de paciente, más bien el de quien hubiese podido adoptar una enferma falsa tratando de localizar a su amante cirujano de manera discreta y sin dejar huellas. Un nombre novelesco; por eso lo había elegido. En ese preciso momento, estaba a kilómetros de imaginarme que sonaría tan falso, metida en mi historia de radiografías y secretarias.

—No cuelgue —dijo, y casi no me dio tiempo a imaginarme a Monsieur por esos parajes cuando, de pronto, lo oigo al otro lado.

Es incluso inútil evocar su «hola» todavía indeciso. No obstante, esa palabra ordinaria sin pies ni cabeza, esa interjección apátrida, entra en mis oídos y en todo mi cuerpo, todos esos sitios ocultos bajo mi ropa se despiertan con el sonido de su voz, que los llama con una fuerza casi pavloviana.

—¿Señor S.? —me aventuré a decir, pregunta retórica donde las haya, ya que ese timbre que conocía de memoria no podía pertenecer a otra persona—. Soy la señorita Becker.

Y entonces, Monsieur, al que odiaba, al que pegaría probablemente si estuviese enfrente de mí, encuentra la manera de hacerme renacer en pocos segundos como un fénix de sus cenizas, sólo con la cantilena milagrosa, tierna y divertida a la vez, de esta simple frase:

—Buenos días, señorita Becker.

Arte de magia. No olvido, aun así, esas noches sin dormir, esos ataques de nervios montando guardia ante mi teléfono móvil, pero el dolor y la rabia se me aparecen de pronto sumidas en una niebla indefinible que les quita toda vehemencia. Probablemente porque, con esa frase penosa de cuatro palabras que cualquiera podría pronunciar sin hacer que reaccione, lo entreví a la perfección, de traje marrón en su consulta, con una mano en el bolsillo y una sonrisa que se le escapa, pero que no lo traicionara más que apenas. Por su voz, es imposible que esté enfadado.

—¿Todavía está vivo? —pregunto, con una pizca de ironía que espero mordaz, cuando el solo hecho de saberlo en efecto con vida en alguna parte de París me resulta tan violento, tan euforizante como una dosis de morfina en las venas.



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