Mil y un fantasmas by Alexandre Dumas

Mil y un fantasmas by Alexandre Dumas

autor:Alexandre Dumas [Dumas, Alexandre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1885-01-01T05:00:00+00:00


IV

Los bandidos

Fuese entorpecimiento, fuese fatiga, Beppo no despertó hasta al amanecer. Una noche entera había bastado a su caballo para descansar y estaba dispuesto y pronto: Beppo montó y prosiguió su camino.

Hasta entonces había ido informándose en todas las posadas para saber si el día anterior había pasado por allí un joven de veinte a veinte y un años, solo en su silla, siguiendo el camino de Bolonia a Roma.

Hasta entonces en todas partes había tenido noticias positivas de Gaetano.

A causa de la nieve, el camino ya malo durante el estío, había llegado a ser casi intransitable; de modo que todo lo que Beppo pudo hacer durante esta jornada, fue llegar a Terni. En Strettura, es decir, dos leguas antes de llegar a Terni, e viajero había hecho su pregunta acostumbrada, y le contestaron que en efecto habían visto a Gaetano.

A las cinco de la tarde, Beppo llegó a Strettura, y cuando, después de haberse asegurado del tránsito de su amigo, supo que había continuado su camino hacia Terni, se apresuró hacer otro tanto, pero entonces el dueño de la posada, con el cual hablaba, movió la cabeza y le dio el consejo de no ir más lejos; el camino encerrado entre dos cadenas de los Apeninos, estaba infestado por una cuadrilla de bandidos y todos los días se oía contar alguna hazaña horrible de aquellos miserables.

Pero Beppo no había nunca tenido miedo a los vivos, y la idea de que era el espectro de Gaetano el que le había aparecido, le infundía fuerza superior; declaró, pues, que le corría mucha prisa llegar a Roma y que no conocía peligros capaces de detenerle en su camino.

Asegurose de que tenía en buen estado pistolas y espada, dio de espuelas a su caballo, y se internó en el valle que conduce de Strettura a Terni.

En efecto, no hay sitio más a propósito para una emboscada; bosques inmensos se extendían a lo largo de aquellos senderos; enormes rocas de granito se habían desprendido de la montaña y rodado hasta orillas del camino. Hubiérase dicho que era aquella la senda desolada de que habla Dante, que atraviesa el Caos y que conduce al Infierno.

Beppo esperaba ser atacado a cada minuto; pero, indiferente a su propia suerte, observaba con calma y frialdad cada revuelta del camino que parecía amenazarle con alguna emboscada, y al acercarse a un lugar temible, Beppo hacía apenas el movimiento de un hombre que se inclina sobre la silla. Atravesada el sitio sin accidente, levantábase otra vez con la sonrisa del desprecio ante ese peligro que parecía no atreverse a ir hacia él.

Por fin, distinguió las luces de la población, dirigiose en línea recta a la posada e hizo su pregunta.

Pero allí se interrumpían los informes; no sólo no habían visto a Gaetano, ni podían darle noticias suyas, sino que ni pasó por allí en quince días una silla de posta; el rumor de los estragos ejercidos por la banda de ladrones de quienes oyera hablar Beppo en Strettura, hacía que todos los viajeros prudentes retrocediesen y tomasen el camino de Aguapendente.



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