Matrimonio de apariencia by Ruth M. Lerga

Matrimonio de apariencia by Ruth M. Lerga

autor:Ruth M. Lerga [Lerga, Ruth M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-12-11T16:00:00+00:00


Capítulo 16

Despertó al alba, tras una noche inquieta. Aunque se durmió nada más escuchar cerrarse la puerta, se despertó un tiempo después y desde entonces estuvo en duermevela. Con la claridad acabó de despejarse y optó por levantarse y ordenar un poco su dormitorio, avergonzada. No quería que Rose supiera con certeza qué había ocurrido la noche anterior así que se puso la bata por encima, recogió el camisón y buscó todos los botones que había quedado esparcidos por el suelo, los doce. Se aseguró de que la tela no se hubiera roto y lo guardó en un cajón para coserlo todo más tarde, borrando cualquier prueba de su delito.

La bañera seguía allí, y aunque el agua debía estar helada se recogió el cabello en lo alto de la cabeza y entró y salió de ella para quitarse el olor a su esposo. Se frotó con la toalla y se acercó a la chimenea, avivando las pocas brasas que quedaban. En breve alguna muchacha joven entraría a encender el fuego en absoluto silencio, como hacía cada mañana sin que ella la escuchara.

Se puso un camisón y ropa interior limpios y la esperó, intentando no asustarla. No quería despertar a su doncella tan temprano. La moza, después de la sorpresa inicial, la ayudó a acicalarse con un vestido de mañana, a pesar de suplicar que nunca había ejercido de doncella y nada sabía de vestir a su señora y de disculparse por la rudeza de sus manos, que se lavó con fruición. Helena no dejó de dirigirla y de animarla a cada paso hasta que el último lazo estuvo hecho.

—Gracias, milady. —Se despidió con varias reverencias, después de encender el fuego, recoger el cubo con el carbón y el resto de los utensilios.

Ya sola, se peinó con calma la melena, después de varios intentos infructuosos de recogerse el cabello optó por dejárselo suelto, y bajó al comedor. Cuál fue su sorpresa cuando Cunnigham le comentó que su esposo ya había abandonado la sala, después de tomar un copioso desayuno. Molesta sin razón, pidió un refrigerio para ella y se sentó con calma a disfrutarlo, aunque no supiera decir después qué habría tomado.

A cada sorbo o mordisco iba recordando la noche anterior y la sensación de haber sido estafada iba acrecentándose en ella, haciendo aumentar una furia hasta entonces desconocida en su interior. Para cuando acabó la segunda taza de té negro estaba iracunda, aunque nada en sus ademanes lo delatara.

Y así iba a ser, un mar de calma en una conversación tempestuosa.

—¿Dónde está milord? —preguntó al mayordomo.

—En la biblioteca, excelencia. ¿Deseáis que le pida que se reúna con vos en algún momento de la mañana?

—No será necesario.

Iría ella a buscarlo; en ese preciso instante.

Llegó a la enorme puerta de roble de dos hojas y llamó.

—Adelante, Cunnigham.

Se envaró al verse confundida con el servicio, aunque sabía que cualquier comentario suyo la hubiera importunado, aunque la hubiese confundido con el mismísimo rey Jorge.

—Buenos días, Neville.

Recibió una sonrisa sincera por su parte, lo que la molestó todavía más.



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