Luna de Oriente by Nieves Hidalgo

Luna de Oriente by Nieves Hidalgo

autor:Nieves Hidalgo [Hidalgo, Nieves]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-10-01T04:00:00+00:00


Capítulo 19

A caballo entre el sopor y la conciencia, se desperezó estirando brazos y piernas.

Un beso en el ombligo la despertó definitivamente y parpadeó confusa. Debía estar aún soñando, pensó. Ningún hombre podía ser tan soberbio, así que aún debía permanecer dormida.

—Buenos días, gitana.

Se sentó de golpe. Desconcertada, echó un vistazo alrededor. Estaba bien despierta y desnuda en el lecho de Kemal.

—Imagino que desearás desayunar algo y bañarte. Puedes utilizar mi cuarto.

Hechizaba, sonriendo de aquel modo, mezcla de ángel y demonio. Asintió en silencio y él debió dar alguna orden. De inmediato, dos guardianes se pusieron en movimiento.

Dos torres de ébano se cruzaron frente a Christin que, de un zarpazo, se cubrió con las sábanas. De pronto recordó que ellos dos estaban allí la noche anterior, o sea que… Soltó algo muy feo a voz en grito y Kemal le respondió con calma.

—Vamos, mi amor, su presencia no tiene importancia.

La sacó de sus casillas. Saltó de la cama, con aires de antigua romana, ardiendo de vergüenza.

—¡¿Qué no tiene importancia?! —le gritó.

—No. No la tiene.

Christin se explayó en una sarta de improperios, se le acercó y lanzó el puño derecho que se topó con el mentón de Kemal, pero acabó en sus brazos. Forcejeando por librarse, reparó en que volvía a estar excitado. ¡Por todos los santos! Habían hecho el amor delante de los guardias y le importaba un ardite que siguieran por allí.

—¡Cerdo! —le insultó—. ¡Suéltame ahora mismo!

Lejos de escucharla la apretó más contra su virilidad. Ella se revolvió, pataleó, pretendió alcanzarlo de nuevo con los puños y volvió a insultarlo, pero no pudo escapar y se rindió.

—Vamos, duende, cálmate. Ellos están acostumbrados.

—¡Pero yo no! Tú podrás revolcarte con tus concubinas en su presencia, ¡hasta puede que eso te excite, condenado puerco! Pero yo conservo cierto pudor.

—Anoche no lo demostrabas.

Ella dijo algo que él interpretó como «bastardo» y, recordando a Mané, alzó la rodilla que impactó en la entrepierna de Kemal. La soltó, junto con un juramento y ella puso distancia entre ambos.

Cuando él se recuperó del ataque, ya no parecía tan amable.

—¡Condenada seas! ¡Ésta sí que vas a pagármela, Christin!

Ella retrocedió. Parecía enfadado de verdad. Miró hacia la puerta.

—No llegarás a ella.

No esperó a confirmarlo. Agarrando la sábana como pudo echó a correr, pero la seda se enredó en sus tobillos y en un instante tuvo a Kemal atrapándola por la cintura. Christin chilló, pateó en el aire, intentó arañarle los ojos, pero sólo consiguió quedar tumbada sobre la alfombra, desnuda y con Kemal encima.

—¡Sucio piojoso! —jadeó—. ¡Asno libidinoso! ¡Perro! Eres despreciable, maldito conde de Desmond. ¡Te odio!

Se revolvió con vehemencia, humillada por el espectáculo ante los guardianes. A él le costó un triunfo parar los golpes y dominarla. Cuando Christin decidió que ya no podía luchar más, ambos respiraban con dificultad.

—Si no te comportas, duende, voy a hacerte de nuevo el amor, aquí y ahora.

Vencida, se tragó la bilis.

Kemal se incorporó con ella y la envolvió con la sábana. Luego la tomó en brazos y la depositó sobre la cama.



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