Los tres nombres del lobo by Lola P. Nieva

Los tres nombres del lobo by Lola P. Nieva

autor:Lola P. Nieva [Nieva, Lola P.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-11-17T05:00:00+00:00


Capítulo 11

Otra boda

Una vez más, el baño precedía un acontecimiento importante en mi vida, como si el agua purificara mi alma arrastrando todo vestigio del pasado. Pero, por mucho que frotaba con jabón perfumado, los recuerdos no se escurrían de mi mente; bien al contrario, acudían lacerantemente inoportunos.

Una vez más, dos mujeres me secaron con mimo y me engalanaron con sedas y alhajas. Recogieron mi larga melena en un complicado moño en el que prendieron un bonito broche de oro y dejaron suelto un grueso mechón que dispusieron sobre mi hombro derecho. Por último, me cubrieron la cabeza con un velo de lino para protegerme de los malos espíritus y, sobre el velo, una hermosa corona de flores blancas. La túnica de color crudo resaltaba el tono de mi piel y la negrura de mis cabellos; las mujeres que me examinaron asintieron con la cabeza satisfechas con los resultados.

Una vez más, fui conducida junto a mi futuro esposo. Todo parecía repetirse, salvo por una novedad, era la primera vez que me casaba absolutamente enamorada.

Cuando entré en la casa comunal, encontré a mi paso desconocidas caras sonrientes iluminadas por el resplandor anaranjado del gran fuego que crepitaba en el centro de la sala. Al fondo, se hallaba un hombre que encandilado contemplaba mi avance. Era él.

Se había afeitado, el rebelde cabello lucía peinado, y los refulgentes ojos verdes mostraban un brillo especial. Llevaba una túnica gastada blanca que dejaba al descubierto gran parte de su imponente torso, del cuello le colgaba un magnífico medallón de oro, una calzas de piel le enfundaban las largas piernas y calzaba botas del mismo material sujetas con ligas cruzadas. Un ancho cinturón con una gran hebilla dorada le ceñía las caderas.

Era un hombre grande, alto y fornido, pero sobre todo hermoso. Sus facciones libres de vello mostraban unos huesos anchos, una mandíbula marcada que rezumaba una poderosa masculinidad, unos pómulos altos, y aquel proporcional conjunto era suavizado por unos labios llenos y una barbilla con hoyuelo. No fui la única que suspiró: las mujeres a mi alrededor se codeaban y cuchicheaban entre risas envidiosas. Es mío, pensé con orgullo. Llegué a su altura y me tendió las manos. Yo se las ofrecí. Sonreímos ilusionados.

—Me cortas el aliento —confesó él.

Alcé una mano y le acaricié embobada el rostro, su piel cálida era suave.

—Nunca vuelvas a esconderte tras una barba, ¿entendido?

Sonrió y me acercó más a él.

—Ya hablas como una esposa del Norte, me gusta.

Halldora miró en derredor y con voz solemne comenzó:

—¿Quién entrega a la novia?

—¡Yo!

Asombrada descubrí a Thorffin el Gigante junto a mí; su vozarrón retumbó en mis oídos.

La potente voz de la jefa y sacerdotisa del clan reverberó en la sala, prodigando todo tipo de alabanzas a los dioses. Clamaba para nosotros sus buenos auspicios y entonaba canciones dedicadas a las nobles hazañas de Odín, Thor, Njörd y Frey, dioses de castas superiores.

En una mesa frente a nosotros, habían dispuesto los objetos simbólicos necesarios para obtener el favor de los dioses: un conjunto de llaves, husfreyja, que representaban la entrega de los bienes comunes a la mujer.



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