Los adulterios de Fleur by René Charvin

Los adulterios de Fleur by René Charvin

autor:René Charvin [Charvin, René]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1986-01-01T05:00:00+00:00


5

LEA se levantó a abrir la ventana para airear el despacho. Su jefe acababa de salir a acompañar al doctor Chaffoton, con el cual había tenido una reunión envuelta en humo en la que habían tratado una cuestión del reglamento interno. De los servicios de la clínica Beau Rivage se encargaban seis especialistas, entre cirujanos y médicos. Todos permanecían más o menos embebidos en sus prerrogativas y vigilantes para que ningún «querido colega» se inmiscuyera en sus asuntos.

Chaffoton acumulaba los altercados con sus colegas, porque era uno de los más veteranos y conseguía con facilidad el afecto tanto del personal como de sus pacientes. Varios colegas suyos habrían preferido librarse de su presencia, pero Fabrice Le Dentec sentía un gran afecto por Georges Chaffoton, el cual había conseguido la amistad de su padre antes que la suya. Además, como director valoraba que los pacientes del doctor ocuparan la mayor parte de las camas de la clínica. Sus compañeros le detestaban, especialmente Mafon, también cirujano, y que no dejaba de meterse en el terreno profesional de Chaffoton. ¡Hasta los jefes tienen estas mezquindades!

Fabrice había resuelto con justicia una de estas desavenencias que ocurrían por lo menos una vez a la semana. Mafon se quejaba de que Chaffoton, argumentando que tenía todas las camas ocupadas, había trasladado a dos de sus enfermos recién operados a una habitación vacía de su sección. Mafon había presentado una reclamación al director, y éste había tenido que hacer uso de toda su diplomacia para apaciguar, provisionalmente, el permanente desacuerdo que existía entre los dos hombres.

Chaffoton se dejó convencer de que era mejor que pusiera a sus pacientes en el área de Mos, un cardiólogo, que como era amigo suyo no le causaría ningún problema. El cirujano refunfuñó argumentando que Mos ocupaba el último piso del edificio y la solución no era nada práctica, pero al final acabó prometiendo que no echaría más leña al fuego para avivar la susceptibilidad de su colega y enemigo.

El director de Beau Rivage volvió a entrar en su despacho justo cuando Lea cerraba la ventana. Se quedó pensativo mirando el reloj de pared que marcaba las seis menos diez de la tarde.

La secretaria se dispuso a ordenar la mesa. La jornada de trabajo llegaba a su fin. En sus primeros tiempos como director, antes de casarse, Fabrice Le Dentec dedicaba esa hora para hacer un pequeño intermedio sensual con su empleada. Pero desde que se había casado, reservaba sus fuerzas. Lea, con cuarenta y dos años, ya no tenía nada nuevo que enseñarle y tampoco estaba en situación de tomar la iniciativa. Su papel era cada vez más el de la vieja amante-mediadora, y se comparaba a la Pompadour cuando propiciaba que su joven amante tuviera una buena aventura con una enfermera.

Lea no se quejaba ni tampoco estaba celosa, sobre todo porque sentía un gran aprecio por Fabrice. Ella se había encargado de la formación sexual del que ahora era su jefe, como antes lo hiciera con ella el padre de



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