Lord Jim by Joseph Conrad

Lord Jim by Joseph Conrad

autor:Joseph Conrad [Conrad, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1900-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XXI

Supongo que no han oído hablar de Patusán —continuó Marlow, después de un silencio ocupado en el cuidadoso encendido de un cigarro—. No importa.

Hay muchos cuerpos celestes, de entre la multitud que se apiñan sobre nosotros, sobre la noche, acerca de los cuales la humanidad nunca oyó hablar, pues se encuentran fuera de las esferas de sus actividades, y no son de importancia terrenal para nadie, salvo los astrónomos, a quienes se les paga para que hablen con sabiduría respecto de su composición, peso, trayectoria… las irregularidades de su conducta, las aberraciones de su luz… una especie de murmuraciones científicas escandalosas. Lo mismo ocurría con Patusán. Se lo mencionaba con acento de conocedores en los círculos gubernamentales internos de Batavia, con especial referencia a sus irregularidades y aberraciones, y algunos, muy pocos, en el mundo mercantil, lo conocían de nombre. Pero nadie había estado allí, y sospecho que nadie deseaba ir en persona, tal como un astrónomo, me imagino, se opondría con energía a ser transportado a un distante cuerpo celestial, en donde separado de sus instrumentos terrenales, se sentiría asombrado ante la visión de un cielo desconocido. Pero ni los cuentos celestes ni los astrónomos tienen nada que ver con Patusán. Jim fue quien se dirigió hacia allí. Sólo quería que entendieran que si Stein hubiera dispuesto enviarlo a una estrella de quinta magnitud, el cambio no habría sido mayor. Dejó tras de sí sus defectos terrenales, y la clase de reputación que se había granjeado, y surgió todo un nuevo grupo de condiciones para que trabajase en ellas su facultad imaginativa. Nuevas en todo sentido, y desde todo punto de vista notables.

Y él se apoderó de ellas en forma notable.

Stein era el hombre que conocía más que nadie lo referente a Patusán. Más de lo que se sabía en los círculos gubernamentales, sospecho. No tengo duda de que estuvo allí, ya sea en su época de cazador de mariposas, o más tarde cuando trataba, a su manera incorregible, de sazonar con una pizca de romanticismo los platos que engordaban demasiado, en su cocina comercial. Existen muy pocos lugares del archipiélago que él no haya visto en la penumbra primitiva de su ser, antes que la luz (e inclusive la luz eléctrica) hubiese sido llevada a ellos con fines de mayor moralidad y… y… bien… mayor ganancia, además. Mencionó el lugar durante el desayuno, en la mañana siguiente a nuestra conversación sobre Jim, después que yo cité la frase del pobre Brierly: «Que se meta seis metros bajo tierra y se quede allí». Me miró con interesada atención, como si hubiese sido un raro insecto.

—Eso también puede hacerse —dijo, sorbiendo el café.

—Enterrarlo de alguna manera —expliqué—. Por supuesto, a uno no le agrada hacerlo, pero sería lo mejor, viendo quién es él.

—Sí, es joven —caviló Stein.

—El ser humano más joven que existe ahora —afirmé.

—Schön. Está Patusán —continuó en el mismo tono…— Y la mujer ya está muerta —agregó, en forma incomprensible.

Es claro que ustedes no conocen la historia;



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