Las rutas del misterio: el Madrid oscuro by Alberto Granados

Las rutas del misterio: el Madrid oscuro by Alberto Granados

autor:Alberto Granados [Granados, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788467039955
editor: www.papyrefb2.net
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Algunos datos de interés

El edificio donde se encontraba el mesón El lobo feroz continúa igual. Para localizarlo nos tendríamos que acercar hasta la calle Lucientes, número 9, muy cerca de la Plaza de Oriente. Ahora mismo permanece cerrado y no queda ni rastro del bar. En la puerta de al lado han abierto un taller de costura, ajenos a cualquier recuerdo de lo que allí ocurrió años atrás.

9 LA CASA DE VALLECAS

MARZO DE 1990

Estefanía no prestaba atención a las explicaciones de la profesora. Su cuerpo estaba en el pupitre, frente a ella, pero su mente vagaba pensando en el tiempo de recreo. Estaba impaciente por correr junto a sus amigas hasta el gimnasio. Allí jugarían a la ouija. Aunque no demostraba temor ante sus compañeras, sentía un pequeño cosquilleo en la boca del estómago, era una sensación algo angustiosa. Había leído algunos libros de fantasmas y apariciones, de espíritus que desean comunicarse con los vivos, y todo aquello le infundía un gran respeto.

El timbre avisó de que el recreo comenzaba y los estudiantes no esperaron siquiera a que la profesora terminara la frase que había empezado. Como una marabunta se lanzaron a la puerta en busca de la ansiada libertad que ofrecían el patio o la cafetería. Estefanía esperó a sus cuatro amigas en el pasillo. Una de ellas llevaba una mochila.

—¿Has traído la tabla? —le preguntó en voz baja.

—¡Aquí está! —contestó, mostrándole la espalda.

—¡Venga, vámonos! ¡Tenemos poco tiempo!

Las cinco amigas corrieron hacia el gimnasio. Allí no habría nadie que las molestara. Todos sus compañeros estarían, sin duda, en la cafetería. Con diecisiete años, el bar era la mejor elección para los escasos treinta minutos de asueto.

Abrieron la puerta del gimnasio. Atravesaron a toda prisa el parqué de la pista de baloncesto y se adentraron por un oscuro pasillo hasta que llegaron a una de las salas de baile donde pensaban esconderse.

—¿Qué ha sonado? —Todas se miraron nerviosas. Una de ella se asomó a la puerta de la sala.

—¡No seáis cagonas! ¡Aquí no hay nadie! ¡Relajaos!

Las cinco se sentaron en el suelo y sacaron la tabla ouija. Era de madera grabada con caracteres antiguos. Llevaba impresas en mayúsculas todas las letras del abecedario. También los números del 0 al 9. En las esquinas había un «SÍ» y un «NO» y, bajo los números, un «ADIÓS». La misma chica que sacó la tabla cogió de su mochila un vaso de cristal que puso boca abajo sobre la ouija.

—¿Estáis preparadas?

Estefanía tenía el miedo incrustado en el estómago, pero intentaba disimular para que sus amigas no se rieran de ella.

—¡Espera! —Una de ellas sacó una vela del bolso y un mechero.

—¡Vamos a poner un poco más de emoción!

Encendió la vela y apagó la luz de la sala.

—¡Uuuhhhhh! —susurró otra para meter miedo.

—¡Venga, deja ya de hacer el tonto! —se quejó Estefanía—. Solo nos quedan veinte minutos ¡Hay que empezar!

Iluminadas tan solo por la luz de la vela, se pusieron en círculo alrededor de la tabla y se cogieron de las manos.

—Respiremos. Hay que invocar solamente a los espíritus buenos.



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