La Ronda by Arthur Schnitzler

La Ronda by Arthur Schnitzler

autor:Arthur Schnitzler [Schnitzler, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1903-04-22T16:00:00+00:00


VII

LA MUCHACHITA INGENUA Y EL POETA

(Una habitación pequeña, decorada con gusto y discreción. Cortinas que dejan el cuarto casi oscuro. Estores rojos y gran escritorio en el que hay en gran desorden papeles y libros. Un pianino junto a la pared. LA MUCHACHITA INGENUA Y EL POETA. Entran en ese momento en la habitación. EL POETA cierra la puerta con llave).

EL POETA.—Bueno, tesoro, ya estamos (la besa).

LA MUCHACHITA INGENUA (con sombrero y mantilla).—¡Ay, qué bonito! Aunque ver… no se ve mucho.

EL POETA.—Tienes que acostumbrar esos ojazos a la oscuridad… esos lindos ojos (la besa en los ojos).

LA MUCHACHITA INGENUA.—Para eso estos lindos ojos no tendrán tiempo.

EL POETA.—¿Por qué?

LA MUCHACHITA INGENUA.—Porque sólo me voy a quedar un minuto.

EL POETA.—Por lo menos te quitarás el sombrero… ¿no?

LA MUCHACHITA INGENUA.—Por un minuto…

EL POETA (coge el alfiler de su sombrero y le quita el sombrero).—Y la mantilla…

LA MUCHACHITA INGENUA.—Pero ¿qué quieres? Me tengo que marchar enseguida.

EL POETA.—Pero descansarás un poco… Nos hemos dado un paseo de tres horas.

LA MUCHACHITA INGENUA.—Sí, en coche.

EL POETA.—Para volver a casa, pero junto al arroyo, en Weidling[18], nos hemos dado un paseo de tres horas. Venga siéntate tranquila, cariño… donde quieras. Aquí junto al escritorio… mejor no, ahí no estás muy cómoda. Siéntate junto al diván. Así (la aprieta contra el diván). Ahí, y la cabecita en el cojín.

LA MUCHACHITA INGENUA (riéndose).—¡Pero si no estoy cansada…!

EL POETA.—Eso te lo crees tú. Así… Además, aunque no tengas sueño, puedes dormir. Voy a quedarme quieto. Si quieres, te puedo cantar una nana para que duermas… mía, naturalmente (se acerca al pianino).

LA MUCHACHITA INGENUA.—¿Tuya?

EL POETA.—Sí.

LA MUCHACHITA INGENUA.—Creía que eras doctor.

EL POETA.—¿Y eso? Te he dicho que soy escritor.

LA MUCHACHITA INGENUA.—Todos los escritores son doctores.

EL POETA.—No, no todos. Yo por ejemplo no soy doctor. Pero ¿cómo piensas eso?

LA MUCHACHITA INGENUA.—Porque acabas de decirme que lo que tocas es tuyo.

EL POETA.—Bueno… puede ser que no sea mío. Es lo mismo. ¿Sí? Por lo demás, da igual quién lo haya escrito. Eso sí, debe ser bonito, ¿no?

LA MUCHACHITA INGENUA.—Por supuesto… tiene que ser bonito… Eso es lo que importa.

EL POETA.—¿Sabes qué he querido decir?

LA MUCHACHITA INGENUA.—¿Con qué?

EL POETA.—Con lo que acabo de decirte.

LA MUCHACHITA INGENUA (somnolienta).—Por supuesto.

EL POETA (se incorpora, se acerca a ella y le acaricia los cabellos).—No has entendido ni palabra.

LA MUCHACHITA INGENUA.—¡Bueno, que no soy tan tonta!

EL POETA.—Por supuesto que eres tontita. Pero precisamente por eso te quiero. ¡Ah, es tan bonito cuando sois un poco tontitas! Quiero decir en la manera como lo eres tú.

LA MUCHACHITA INGENUA.—Pero bueno: ¡me estás insultando!

EL POETA.—¡Ángel, pequeñina! A que sí, ¿a que se está bien acostada en la alfombra persa?

LA MUCHACHITA INGENUA.—Sí. Venga ¿no querías tocarme algo al piano?

EL POETA.—No, prefiero estar junto a ti (la acaricia).

LA MUCHACHITA INGENUA.—Venga, ¿no podrías dar un poco de luz?

EL POETA.—En absoluto… esta penumbra es muy beneficiosa. Hoy hemos estado todo el santo día bañados por los rayos del sol. Ahora, por así decirlo, hemos salido del baño y nos ponemos… la penumbra como si fuera un albornoz (se ríe).



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