La otra lepra by Chufo Lloréns

La otra lepra by Chufo Lloréns

autor:Chufo Lloréns [Lloréns, Chufo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1993-08-25T04:00:00+00:00


Capítulo 44

La sala de espera del obispado era majestuosa. La conformaba un rectángulo de unos doscientos metros cuadrados, de veinte metros de largo por diez de ancho. Una de las partes alargadas se abría hacia la calle Mayor en tres vitrales policromados terminados en su parte superior en arcos góticos de medio punto. Su luz matizada incidía sobre la otra pared, iluminando difusamente un mural ocupado en su totalidad con alegorías referidas al Apocalipsis de san Juan. En el centro, un monstruoso reptil coronado de siete cuellos distintos era aplastado por el pie de una grácil doncella que encarnaba a María Inmaculada.

En derredor de él, una bóveda azul con miríadas de estrellas, y sujetando el manto azul más claro, una legión de ángeles. Bajo todo el conjunto, una amplia banda con unos versos de La hidalga del valle de Calderón. El suelo era de losa románica de mármol jaspeado, y una gran alfombra cubría su centro. A lo largo de toda la estancia, grupos de tresillos preparados para acoger a los distintos visitantes y, en medio de cada uno, una mesita con prensa diocesana: L’Osservatore romano, un pequeño volumen encuadernado en piel de los Hechos de los Apóstoles y un enquirindión[12] de las cartas de san Pablo y la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis.

Dos de los espacios destinados a los visitantes estaban ocupados aquella mañana.

Junto a un ventanal, consultando atentamente unas notas que había extraído de un portafolios, el deán de la catedral; frente a él, aproximadamente en el centro del gran mural, Esteban acompañado del padre provincial de su congregación. En tanto este último hojeaba L’Osservatore romano, Esteban examinaba por enésima vez los últimos acontecimientos de su vida que a tan grave decisión lo habían conducido, para resumirlos y poderlos explicar, si cabía, de la mejor manera posible a su obispo.

La estancia entre los suyos lo ayudó sobremanera a aclararse. Luchó lo inenarrable consigo mismo, pero recordó la frase evangélica. «Ay de aquél por cuya culpa viene el escándalo» y decidió no ordenarse sacerdote. Sopesó todas las circunstancias y consecuencias; pensó en los demás; pensó en su madre, en su tía Elena, ambas a nivel únicamente de no profesar en religión. Y luego pensó en su otra familia, el seminario, sus compañeros y sus superiores, y particularmente en el hermano Luis Galiano, que tanto le había ayudado y estaba en el fondo de su secreto. Hizo balance de todo y el saldo fue negativo. Tenía que irse, y desde luego no iba a volver a su casa para quedarse. Se iría a Madrid o a Barcelona. Allí intentaría recoger los restos del naufragio y subsistir.

En una ciudad grande no lo reconocería nadie ni nadie le pediría explicaciones.

Amén de contar con la ayuda de su madre, intentaría ganarse la vida dando clases particulares, y estudiaría algo que lo tuviera ocupado, más por esto último que por ganar dinero. Tal vez un despacho, la contabilidad no se le daba mal; ya vería. En cuanto a su vida interior, no renunciaba a la castidad.



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