La musa by Claudia Cardozo

La musa by Claudia Cardozo

autor:Claudia Cardozo
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2018-10-31T11:30:04+00:00


—Solo digo que no entiendo por qué te muestras tan reservado. Es demasiado incluso para tus estándares.

Christopher ahogó un suspiro y durante unos minutos hizo como si no hubiera escuchado los lamentos de Frederick, pero luego lo miró por encima del libro que intentaba leer y le dirigió una mirada aburrida.

—Podrás ver el retrato de la señora Lifford tan pronto como esté terminado —dijo él haciendo un esfuerzo por oírse conciliador—. No puedo creer que te quejes tanto al respecto cuando ella se ha mostrado tan comprensiva, y coincidirás conmigo en que es la mayor interesada.

Frederick no se vio en absoluto impresionado por sus palabras y exhaló un resoplido de burla.

—Tu adorada señora Lifford se muestra tan comprensiva porque no tiene sangre en las venas.

Christopher frunció el ceño y dejó el libro sobre una mesilla. Se encontraban en la biblioteca, donde Frederick había aparecido hacía tan solo unos minutos luego de ir en busca de su amigo una vez que este regresó de su sesión con el ama de llaves. No era la primera vez que hacía algún comentario similar, en especial desde que Christopher se negara a no permitir que viera sus progresos del retrato que tenía ya un tanto avanzado. En un inicio, Frederick se había mostrado bastante comprensivo, pero pasadas un par de semanas su impaciencia se hacía más notoria, a lo que no contribuía el hecho de que empezaba a aburrirse de la apacible vida de Brighton. En realidad, a Christopher le sorprendía que hubiera tolerado esa calma durante tanto tiempo. Frederick no era un hombre hecho para un ambiente como aquel, sin duda se sentía mucho más a gusto en las ciudades sobrepobladas y bulliciosas. Por eso disfrutaba tanto de Londres.

Sin embargo, como se dijo Christopher con los dientes apretados y el calor de la furia subiendo por su garganta, ello no significaba que estuviera dispuesto a tolerar su impertinencia. No cuando le había advertido más de una vez que debía ser respetuoso con la señora Lifford.

—Agradecería que no te refieras a ella de esa forma. Creí que lo habías entendido —advirtió él sin molestarse en ocultar su fastidio.

Su amigo puso los ojos en blanco y se dejó caer cuan largo era sobre un diván de estilo demasiado recargado. El tapiz de un rojo subido y un diseño floral, no obstante, pareció bastante apropiado para el abandono lánguido y exagerado del hombre que lo ocupaba.

—Me ha quedado claro, Christopher, no te preocupes, y yo creí haber sido también comprendido cuando dije que no tengo nada en contra de la señora Lifford. A pesar de ese carácter suyo tan reservado y al hecho de que, como he dicho antes, estoy convencido de que oculta algo, la verdad es que me resulta de lo más agradable. Y sabes cuán poco usual es eso tratándose de mí.

—Pero no dejas de hacer comentarios de esa naturaleza…

—Siempre hago comentarios de esa naturaleza —le recordó su amigo con los brazos elevados por encima de su cabeza en un ademán forzado—.



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