La mujer de las alas grises by Fernando Marías

La mujer de las alas grises by Fernando Marías

autor:Fernando Marías [Marías, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2003-03-10T00:00:00+00:00


Vale, Hipólito Mon estaba como una puta cabra, pero era a la vez un demente tozudo; rodó con ese criterio pánfilamente revolucionario películas, quién sabe cuántas, que iban a cambiar el mundo. Y lo que es mejor, su propia historia, su personalidad y su trayectoria, son en sí mismas una narración atrayente. La suerte —⁠mala para él, buena para mí⁠— quiso que su disparate Los imperios perecidos no trascendiera o ni siquiera llegara a cuajar. Pero si ahora yo la recupero… En mi mente se posa la idea de hacer una película, mezcla de realidad y ficción, sobre este retorcido visionario. No es una simple ocurrencia, adquiere visos de proyecto serio y con peso propio. Te quito el puesto, Jacinto: ¡José Hengel, Hombre de Cine! Pero me siento solidario contigo, el arte es una religión apátrida y todos los que la practicamos somos hermanos, lo decía papá en aquel famosísimo artículo que se publicó en medio mundo. Por supuesto que te citaré, Jacinto. Serás también protagonista de mi película, junto a Vega y Mon. Es más, adopto desde ya el título que tú mismo has sugerido:

La mujer de las alas grises.

Suena bien. Y hasta tiene una imagen emblemática: Teopista Vega levantando los brazos antes de desprenderse de la seda que la cubre en el porno… Esa es mi única inquietud, el porno. Cada vez que lo recuerdo se me concreta en el estómago el miedo. Pienso que nada pueden hacerme los fantasmas de unos actores del pasado, ¡cierto!, pero está también la muerte de Severés. Un crimen real ocurrido a pocas manzanas de aquí, hace apenas dos días. No es melodramático ni gratuito decir: «El asesino ronda».

¿Quién es?, me preguntó. ¿Y por qué ha matado a Jacinto?

De haber alguna respuesta debe de estar en sus propias memorias, en lo que Severés decidió hacer tras leer el «Manifiesto del Cine como arma de pasado», aquella noche en Viena. Así pues, sigo buscando.

¿Irrefutablemente?

Tras concluir el texto de Hipólito Mon, levanté la vista hacia Vega con una interrogación respetuosa pero firme en la mirada. No llegué a pronunciar la pregunta, primera de otras que expresarían mis dudas sobre la salud mental de Hipólito Mon; Vega, adelantándose, no me dejó opción:

—Irrefutablemente… —susurró—. Lo has entendido, ¿verdad?

Agazapadas en mi interior, aunque seguramente expuestas a su intuición de hembra sabia, chocaban la pasión sexual y el lógico recelo hacia el texto de Hipólito Mon, que a mi modo de ver no era sino la delirante e incluso confusa declaración de intenciones de un chantajista iluminado.

—Entiendo que en la primera lectura es difícil asimilarlo en toda su magnitud —⁠continuó Vega ante mi silencio prudente⁠—. Pero como ya comprenderás, en los casi diez años transcurridos desde que fue escrito han pasado muchas cosas…

Se sentó a mi lado, muy cerca; percibí el perfume de su carne caliente. Por la magia de esa fuerza, lo sabíamos ella y yo, correría como un perrito faldero para apresurarme a hacer cualquier cosa que me pidiese. Afuera, aunque las cortinas cerradas lo ocultaban a mi vista, debía de ser ya noche cerrada.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.