La manzana de Eva by Adriana Rubens

La manzana de Eva by Adriana Rubens

autor:Adriana Rubens [Rubens, Adriana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2016-11-11T05:00:00+00:00


CAPÍTULO 27

Max era un hombre paciente. Eva había decidido actuar como si el sábado no hubiese pasado nada, como si no se hubiesen besado hasta perder el aliento, como si no se hubiese estremecido entre sus brazos al llegar al orgasmo, como si al mirarse a los ojos no hubiese sentido una conexión que le había hecho desear fundirse en su piel para siempre. Y se lo iba a permitir… mientras estuviesen trabajando.

En cuanto las puertas de Pecado Original se cerrasen, Max estaba decidido a retomar la conversación que tenían pendiente.

—¿Hoy no has desayunado? —preguntó Raúl que, al igual que él, en esos momentos estaba lavándole el pelo a una clienta.

—Sí, ¿por?

—Porque parece que te has quedado con hambre —respondió con una risilla, cabeceando hacia Eva.

—Vaffanculo —musitó Max por lo bajito, pero esa víbora calva tenía buen oído.

—Si es uno como tú, por mí encantado —replicó con un guiño coqueto, envolviendo el pelo de su clienta con una toalla.

Max hizo lo propio con la suya, y cada uno se fue a su zona de trabajo con sus respectivas clientas. Esa mañana, Eva le había comunicado que creían que ya había aprendido lo suficiente para ir por libre —algo que podía haber tomado como un insulto teniendo en cuenta que conocía el oficio desde que iba en pañales— y le habían adjudicado un sillón al lado de Lina.

—Por cierto, no te olvides de meter diez céntimos en el bote antitacos —le recordó Raúl—. Que aunque los digas en italiano también cuentan.

—No es justo, incitas a ello.

—Tienes que aprender a ignorarlo o te arruinarás —le aconsejó Lina.

—El primer mes que estuvo aquí llenábamos el bote casi a diario, ¿te acuerdas, Anabel? —terció Eva.

—¿Cómo olvidarlo? Si incluso yo solté alguno —reconoció la anciana, que ya estaba ocupando su sillón—. Dime, Max, ¿qué te ha dicho esta vez nuestra plaga particular para que sueltes un taco?

Iba a contestar cualquier cosa esquiva, pero Raúl se le adelantó.

—Tan solo le he hecho notar que parecía hambriento.

Max lo fulminó con la mirada, pero sus ojos se desviaron hacia Eva, que lo observaba con seriedad y cierta vulnerabilidad. El ramalazo de deseo fue instantáneo. Aquello era una tortura. Era imposible concentrarse en su trabajo teniéndola cerca.

La manzana de Eva lo estaba volviendo loco.

Cada vez que ponía sus ojos en ella no podía evitar pensar en el dichoso tatuaje. ¿En qué parte del cuerpo lo llevaría? Sus ojos recorrían la piel expuesta buscando algún indicio del dibujo, pero hasta ahora no lo había visto. Debía tenerlo en una de las zonas que cubría la ropa.

En sus fantasías tenía la manzana en una de sus nalgas, redondeada y prieta; también la había ubicado en uno de sus pechos, un bocado suculento que estaba deseando devorar; o en la zona del vientre, dispuesta para ser lamida con lentitud; cualquier posibilidad le parecía de lo más seductora.

No pudo evitar dar un respingo cuando una magdalena se interpuso en su campo visual.

—Si tienes hambre, cómete una. Las he hecho esta mañana —le ofreció Anabel con una sonrisa amable.



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